'¿Y si el tiempo es un invento?' de Ana Bustamante

06.04.2021

Yo nací pobre de tiempo. Creo que lo supe desde el primer destello de vida. El treinta y uno de diciembre arañando el último aliento de un año que no me pertenecía y que sin embargo marcaba para siempre mi nacimiento. A caballo entre sueños incumplidos y comienzos de promesas. Supongo que en esos primeros meses me alimenté de ternura y leche materna. Crecí sana y seguramente feliz, incluso con las moderaciones propias de la época. No sentí carencias porque es difícil desear lo que no se conoce, pero fui huérfana de tiempo. Desde que recuerdo los minutos se colaban por las palmas de mis manos. Desaparecían las horas más rápidas que los segundos. Los lunes se juntaban con los domingos, las semanas con los meses, los días con las noches y tenía que hacerme la dormida para que nadie descubriera que necesitaba tiempo, mucho más tiempo para estar despierta. Poco a poco hallé la manera de prolongar los instantes y mientras otros descansaban yo fantaseaba conquistando las horas prohibidas, esas en las que los niños deben rendirse al plácido sueño. Al principio el cuerpo se resistía, pero el cerebro luchaba con fuerza para que mis ojos permanecieran abiertos y la mente despejada. De este modo, buscando la eternidad, apareció el insomnio. Proyectaba con mi imaginación un enorme reloj de agujas en el techo. Contaba los segundos al compás de las respiraciones profundas de mis hermanas durmiendo. Los sonidos de la noche. Los muebles crujiendo. Las tuberías. La cisterna del piso de arriba. Las risas de la vecina. Los llantos de Isabelita. Los muelles de algún colchón con cuerpos amándose. Los olores del invierno. Los mosquitos del verano. El perfume del césped cortado en primavera. La manguera nocturna limpiando la carretera. Las pisadas en la calle de algún transeúnte trasnochando. Los maullidos de los gatos en celo. Los ladridos de los perros callejeros. Muchas caricias tímidas de adolescente con orgasmos silenciados. ¡Cuántas madrugadas me sentí dichosa de poseer aquel intervalo nocturno, que prendía la luz de mi alma sobre la noche oscura! Inventé tantas historias entre aquellos desvelos que de haber tenido una linterna habría escrito a lápiz, sin borrar ni una sola coma, mil libros de cuentos. Belleza entre las tinieblas. Las noches tan hermosas como los días. Como las rutinas generan hábitos, después de más de cincuenta años, sigo saboreando los segundos intentando congelar el tiempo y almacenando en mi existencia tantos matices de supervivencia que nunca he vuelto a sentirme ni sola ni huérfana. Poseo la sensación placentera de ser la dueña de infinitos pintados de azul. Aunque a veces pienso que el tiempo es un invento y la falta de él mi torpe excusa, pero por si no estuviera en lo cierto, sigo teniendo los ojos muy abiertos no sea que algún medio día se interponga en mi camino y me robe días enteros. Francamente no he nacido pobre para perder lo que no tengo... Tiempo.

Ana Bustamante, nació en Madrid el último día de 1968. Su trayectoria profesional la enfoca en la gestión, liderazgo y desarrollo de equipos, primero en el ámbito sanitario y actualmente en el sector de seguros.

Se define a sí misma como una mujer "anormalmente normal", sensible, llena de deseos e ilusiones.

Ávida lectora, apasionada de la Literatura, escribe desde que recuerda. En la vida y en sus textos, se deja llevar por lo que siente y se "desnuda" en su primera publicación: "El deseo viste de verde" (Izana Editores - 2018).

Duerme poco, prefiere soñar despierta y juega a capturar los instantes para después proyectarlos en sus relatos.