'Un poco de malicia' de Amelia Serraller

17.08.2021

Corría ya la séptima semana del confinamiento y, en los albores de la desescalada, un nuevo día amanecía en Pasaia. Dueñas absolutas de la mar, furiosas gaviotas desayunaban con avidez, describiendo círculos en rítmico aleteo. Sus salvajes alaridos despertaron a Alicia y a Koldo. Aunque era sábado, ambos se levantaron de un salto para abrir el ventanal y dejar que la luz y los graznidos inundasen la casa.

Cuando dos meses antes, crecían los contagios y se aplazaban los casos, Alicia no se lo pensó dos veces. Agarró sus telas, su máquina de escribir y su tabaco de liar, bajó a toda velocidad del sexto piso de Urbieta 64 y dijo adiós a los trajes de chaqueta y los sesudos libros. Con unos cómodos bombachos y un coqueto tocado, condujo disparada hacia casa de Koldo.

Ella, la fiscal más dura de Donosti y alrededores, por fin se sentía libre:

-Nada como una buena huida -dijo, subiendo el volumen del Rock- servatorio-. Solo una cosa podía significar la suspensión de todo el operativo contra la mafia nigeriana: al día siguiente se decretaría el confinamiento.

Le horrorizaba la perspectiva de pasar varias semanas a solas con los libros y los espectros de sus vecinos, la mayoría de avanzada edad. ¿De qué servía su balcón sin invitar a nadie? ¿Para qué abrir la bodega a despedir atardeceres con su sombra?

Podrían ocurrir dos cosas: que su relación se fortaleciese o que se tiraran los cactus a la cabeza. Y mientras jugarían a cazar estrellas fugaces.

Siguiendo un extraño impulso, ni siquiera había avisado. Ellos tenían un pacto: de lunes a viernes, cada uno en su casa. Y los fines de semana se turnaban.

Koldo trabajaba en un invernadero. Su casa estaba llena de cactus, haworthias y todo tipo de plantas suculentas. Para él y sus compañeros, la temporada acababa de empezar. Esperaban con ansiedad la estación de las ferias y los almendros en flor. Porque en el Cantábrico, la Primavera es una ninfa caprichosa que tan pronto se suelta su dorado cabello, como juega al escondite, confundiendo a más de un marinero.

Dicen que Eolo había jurado venganza ante las travesuras de la ondina, y descargó galerna tras galerna sobre los cultivos de Koldo. No había forma de proteger a sus flores, pero en el refugio de su casa de Pasaia, Koldo y Alicia regaban y polinizaban a razón de cien suculentas al día.

Las tardes lluviosas, Alicia preparaba kokotxas y arroz a la marinera, y los días de luz cosía sombreros de húsar para la próxima tamborrada.

Pero todo auguraba que agosto pasaría de puntillas, sin que nadie cantase el "artillero, dale fuego". Quizás habría que preguntar a los jazzmen de Nueva Orleans cómo sobrevivieron al Katrina, porque era probable que el verano, aburrido ante la falta de turistas, cabezudos y aizkolaris, pidiese la baja por depresión.

-Koldete, yo creo que estos momentos tienen que servir para algo.

-¿A qué te refieres, Ali? ¿Me vas a enseñar a coser? -dijo Koldo zumbón-. Igual aún no se ha perdido la esperanza.

-No, es que a este txupinazo del confinamiento, o le das la vuelta o te come.

-Ah, ya sé. Que nos comen las plantas y esto no es el Amazonas: aquí no hay espacio.

-No es eso, Koldete, no es eso. Mira mi hermano Anjel, que está en Zarautz.

-Ay sí, ¿cómo lo llevan los del grupo esto de no poder ir al monte?

-¡Cómo lo van a llevar! Anjel y los demás asperger son como lagartijas: ¿y qué van a hacer los bichejos sin sol y sin verde?

-Nos van a volver motxales. A todos. Te juro que cuando salgo a tirar la basura me deslumbra la luz del sol. Igualito que a los presos.

-Si es que vamos a tener que salir a las barricadas para poder hacer deporte. Pero el caso es que Anjel no lo está llevando tan mal.

-Bueno, es que él se adapta a todo.

-Como tiene que ser, Ya podría mucha gente aprender de él. Se ha puesto a cocinar, hace yoga y está pintando el piso compartido.

-Si es que lo tengo dicho. Ese chaval es un campeón. Y sabe latín.

-El caso es que yo también quiero cambiar de vida, Koldo. Lo he estado pensando y llevo veintidós años, que se dice pronto, de fiscal. Día tras día, clap, clap, taconeo, archivos y toga. ¿Y tú crees que eso me hace feliz?

-Ah bueno. Me habías asustado. No hay nada peor que el "tenemos que hablar" de las parejas.

-Igual está relacionado. En momentos así hay que ponerse salvaje, Koldo.

-¿Pero qué te pasa, Ali? Creí que estabas a gusto aquí, no sé.

-Precisamente por eso. Mira, lo pienso con sangre fría, y estoy orgullosa. En mi familia nadie había hecho leyes, y es muy difícil en un sitio de provincias llegar adonde estoy sin padrinos. Pero he quemado tantas energías en el camino... Hay que vivir con un poco de malicia. Que yo me he comido los años de plomo. Antes de que me conocieras, iba a trabajar con escolta.

-Ya imagino, Ali, pero eso es el pasado. Ahora estamos en otra guerra.

-Tú no sabes nada, Koldín. Todo el día para arriba y para abajo con el invernadero y las plantas, de feria como los cómicos. Te digo que las personas son mucho más venenosas.

-Si me estás llamando cactus...

-En serio. Que yo a esos tipejos me los encontraba cuando los soltaban. Sabían perfectamente dónde vivía, y mi familia...

-...acepto el cumplido. Ali, no sé qué te pasa. Me estás preocupando.

-Agárrate Koldo que no has oído lo mejor. En mi edificio, a mediados de los noventa hicieron obras y alquilaron el 1º.

-Bai, algo he oído. Esta historia me quiere sonar.

-Y de repente, a diario me cruzaba con el Jon Gurrutze Dígoras.

-El portavoz abertzale, sí.

-El mismo. El caso es que estaba yo muy nerviosa, segura de que me vigila- ban. Todo: horarios, visitas, rutinas. Por primera vez escribí testamento, ¿sabes? Entendí que lo único valioso son los recuerdos de familia... ¡y no le interesan a nadie!

-¡Mujer! Porque no había Internet. Hoy en día las vendes en cero coma. Y por el mismo precio, te compras otro nuevo en Ikio.

-¡Animal! ¿Cómo voy a vender la colección de sellos? ¿Crees que iría por ahí vendiendo las postales de la Guerra de Marruecos de mi aitona?

-Uy, ¿tu aitona? Lo menos debía ser general, seguro.

-Pero del cuerpo de ingeniería, ¿eh? No de esos que van pegando tiros.

-Bueno, no todo está perdido.

-Por eso vine. Pues el 1ºC se convirtió en la sede de Euskal Ezkerra.

-Anda, es cierto. Yo entonces creí que se habían aburguesado.

-¡Qué va! Esos vivían como Dios. Luego se han ido calmando: a veces coincido con sus propuestas y todo. Pero entonces mirarle a los ojos a Jon Dígoras podía ser tu sentencia de muerte.

-¿Y tú qué hacías?

-Pues era un poco salvaje, ya me conoces. Tenía a Max, el rottweiler, y se lo echaba encima con disimulo. Me quejaba mucho en las juntas de vecinos. De los ruidos, las horas, que si aquello era un albergue juvenil sin licencia.

-¡Ay, Ali! Qué poco has cambiado.

-Pues eso. Hay que engañar al enemigo. Y es mejor daros miedo.

-Ja, ja. Es un milagro que sigas aquí dando guerra.

-Ya te digo. Yo creo que al final, hasta le caía bien al Dígoras ese. En cambio, al vecino más atento, siempre tan discreto... A ese le secuestraron.

-Y por eso has decidido invadirme, ¿no?

-Justo. Yo las prisas no las aguanto: soy una persona creativa. A mí lo que me gusta es coser... y si acaso, el teatro. Así que he tirado el archivador de las sentencias y me he decidido. Quiero ser una haworthia. En tu invernadero. 

Amelia Serraller Calvo es docente, traductora y joven escritora. Profe-sora de la Universidad Alfonso X el Sabio y colaboradora del Área de Filología Eslava en la Universidad Complutense, trabajó dos años como lectora en el Departamento de Iberística de la Universidad polaca de Breslavia. En 2015 defendió su tesis doctoral ¿Literatura o periodismo? La recepción de la obra de Ryszard Kapuściński, premiada con el 1er Premio Embajador de Polonia en Humanidades.

Es autora del ensayo Cenizas y fuego: crónicas de Ryszard Kapuściński (Ediciones Amargord) y de la edición crítica de Fugaces de Sofía Casano-va (Ed. Torremozas). En la próxima Feria del Libro de Bilbao (3-13 de junio) presentará su libro de relatos Réquiem y marmitako. Historias del confinamiento (Ed. Facta), con prólogo de Félix Maraña.

Colabora y traduce para diferentes medios como El País o Radio Sefarad, pero está especialmente vinculada a FronteraD, donde cuenta con su propio blog, "Operación Este": https://www.fronterad.com/autor/amelia-serraller-calvo/

Miembro de la Asociación de Escritores de Euskadi, de la Asociación Colegial de Escritores y de su filial para traductores, la ACEtt. Su formación incluye el Grado en Guitarra Clásica en el Conservatorio Adolfo Salazar (Prof. Leonardo Martín), por lo que también pertenece a la SEG.

Medalla Gloria Artis 2018 por su labor como difusora de la literatura polaca, entre sus autores traducidos figuran los rusos Isaak Bábel, Vladímir Sorokin, Aleksandr Pushkin y Nikolái Chernyshevski, así como los polacos Józef Wittlin, Marcin Kurek, Anna Augustyniak o Jan Polkowski.