‘Un día cualquiera’ de Rosa Emérita Martínez
29.09.2020
Los ruidos de la calle restransmitían una especie de música contemporánea que hacían que mi corazón se acelerara. Sonaban con un ritmo irracional y frenético. Después de un largo atasco, logré entrar en la ciudad con los sentidos algo alterados. Me paré en un semáforo en rojo yla gente que cruzaba el paso de cebra no parecía escuchar lo mismo que yo. Un hombre de mediana edad me miró, creo que intuyó la desesperación de mis ojos, como un pescador, atrapó con un pequeño anzuelo un pez que revoloteaba en mi mente queriendo esquivar las corrientes cerebrales.¿Cuánto miedo puede caber en este mundo al escuchar el caos entrar por los oídos? Hay respuestas que eluden las preguntas, ésta era una de ellas, de algún modo el miedo parecía, en ese instante, la inteligencia que lo gobernaba todo. El semáforo se puso en verde.Subí la ventanilla y encendí la radio, sonaba una melodía que me resultaba familiar. Al terminar,el locutor dijo que era la Sinfonía n° 9 de Antonín Dvorák, "Sinfonía desde el nuevo mundo". Nosé si fue una casualidad, pero el tiempo que estuve sumergido en ese atasco parecía haberme trasladado a un nuevo mundo. Algo había finalizado en mi interior y me había liberado de la prolongada rutina fabricada por una sociedad poco sostenible donde la paz parecía siempre pasajera. Hacía tres años que mi mujer me había abandonado. Poco después surgiría de la nada y de repente un trabajo que agrandó mi ego a golpe de billetes. Ese triunfo, que yo creí que lo era por aquel entonces, era el inicio, sin duda, de esta incipiente catástrofe. Nadie sabe lo que va a suceder en el futuro y siempre hay futuro si no hay muerte.Un fuerte viento agitó el coche, percibí algo de corriente a pesar de que las ventanillas estaban cerradas. Una época tenebrosa y atroz se imponía poco a poco. El conocimiento del pasado no servía para nada si era adquirido a través de unos requisitos para contar la historia deuna manera determinada. Correr ya no significaba escapar, uno nunca escapa de su cabeza. Había leído muchos libros, por eso sabía que los acontecimientos se repiten cuando no hay aprendizaje. Acordarse del sufrimiento de una guerra no era suficiente para no empezar otra guerra. La memoria olvida facilmente el sufrimiento cuando hay un interés egoísta. El recuerdo no es sinónimo de hacer las cosas bien.No saboreé los brazos de mi madre, abandonó esta tierra en el mismo instante que yo entraba en ella. Mi padre no lo superó y mis abuelos me acogieron como una prolongación de su hija. No me gusta viajar, pero siempre se presentó una oportunidad para hacerlo. Me acostumbré a abrirme a las circunstancias pero nunca averigüé si había en ello algo trascendente. Todas las ciudades me parecían iguales y todos los pueblos aburridos, no encontré nada que justificase todos los viajes que hice. En esos momentos me sentía como un náufrago sin isla ante la inmensidad del océano.Mi apellido siempre ha sugerido la misma pregunta: ¿Dios? La gente me mira sorprendida e incrédula. Si, Dios, Jesús Dios Manzanaro. Es tremendo como una palabra puede causar tanto impacto. Me miran atentamente como esperando un milagro. También había personas que se sentían ofendidas como si estuviera utilizando el nombre de Dios en vano. Cuando me llaman por mi apellido causo cierto revuelo, giran sus cabezas con la esperanza de que sea Dios realmente. "Es que es un apellido poco frecuente, ¿no? yo sonreía. Era mi apellido, simplemente un apellido, nada más."Seguía con la radio puesta, de nuevo presté atención a la música. Era hermoso el sonido que
produce un arpa. Era un clásico para este intrumento, "Concierto para arpa y orquesta n° 6" de Haendel, curiosamente cuando la compuso tenía la misma edad que yo tengo ahora, 51 años. De repente fue como si un ángel danzara de puntillas dentro del coche. Vino la calma por mis oídos como había venido el caos. El volumen estaba a la potencia perfecta, ni un decibelio más ni un decibelio menos. Nunca había prestado atención al equipo estéreo del salpicadero. Era plateado y los números del dial eran de un rojo brillante. No era un aparato de alta tecnología pero sonaba como si lo fuera.Me sentía bien en el interior del vehículo, me sentía protegido como cuando me tapaba hasta la cabeza con la sábana para vencer cualquier mal. A pesar de lo alto de mi salario, mi coche era un coche normal, un Seat Ibiza. Me gustaba la insonorización al exterior que se había creado.El parabrisas era como una pantalla de cine donde se proyecta un largometraje. No sé si será ilegal permanecer aquí el resto de mi vida sin licencia de estacionamiento permanente y sin palomitas. No tenía nada mejor que hacer que observar.- ¿Me puedo sentar con usted? Hace un momento era verano y ahora es invierno y tengo mucho frío- dijo una señora gritando y golpeando el cristal de la ventanilla. Le di permiso para que entrará y se acomodó.- Tiene, usted un coche muy confortable, la música suena muy nítida- me dijo con una sonrisa. - Sin duda es más confortable que andar por ahí fuera- le contesté.- Me llamo Miriam- alargó su mano, y yo le correpondí.- Yo me llamo Jesús.- ¿No será usted el hijo de Dios?- No, simplemente es mi apellido.Miriam asintió y se recostó en el asiento. Había algo en su manera de hablar que me resultaba curioso. Hablaba como si me conociera, sin timidez. Sus ojos se sintieron atraídos por el parabrisas y los míos tambien, dejamos el habla en segundo plano. Cuando no hay ninguna clase de queja, ante la comodidad que nos ofrecía el coche de pantalla panorámica, lo mejor era ese mutismo que nunca falla. Acabar de hablar era como empezar a comunicarse y el estrecho espacio se convirtió en una gran sala de cine.- ¿Hace mucho rato que ha empezado la película? -me dijo Miriam telepáticamente.- Yo diría que hace millones y millones de años- le contesté telepáticamente, también.Creí que iba a seguir comunicándose pero no hubo continuación. Abrió más los ojos para no perder detalle y sus orejas crecieron unos centímentros para escuchar la música que ahora era una canción: "The shadow of my smile". Desconocía quien había compuesto esta canción pero reconocí el olor a mar de "Castillos en la arena".¿Cómo será la sombra de una sonrisa? Sólo he podido alcanzar a saber cómo es la mueca de mi sonrisa, una línea asimétrica, así me la mostraba el retrovisor, como una ala rota de un pájaro al querer entrar por una ventana cerrada de una habitación iluminada. Las notas eran suaves caricias que me provocaban una sensación conocida, ¿quién no reconoce el amor? Un suspiro se acopló al decimosexto y último compas de 4/4.- Ojos violetas- dije inconscientemente.- ¿Qué dice?- me preguntó el aposentador iluminandome el rostro.- Elizabeth Taylor tenía los ojos color violeta- esquivé la luz de la linterna que me dejó por un instante ciego.- El síndrome de los afortunados- dijo sentándose junto a mí. Guardó la linterna en el bolsillo superior de la chaqueta- Sin embargo, a pesar de su nombre, se dice que las personas con ojos
violetas tienen constantes problemas de salud.- También tenía dos filas de pestañas- añadí.- Disguidiasis, un cambio en un gen. Produce problemas en el sistema circulatorio.- Parece que la belleza tenga un coste.- Eso parece- El aposentador se levantó sacándose la literna del bolsillo, para acompañar a una pareja de jóvenes que acababa de entrar.El asiento era cada vez más cómodo y espacioso, el parabrisas parecía más lejano desde que el Seat Ibiza había empezado a transformarse en un cine.Sonó el potente rugido del león de la Metro Goldwyn Mayer, mi cabeza se llenó de imágenes oal menos se llenó por la mitad. Las imágenes entran por los sentidos y se quedan con nosotros esperando ser de nuevo proyectadas, no se disuelven con facilidad a pesar de que somosel 90% de agua. Pero ya no me importaban y eso lo agradecían los músculos entumecidosque empezaban a desentumecerse. No hacer nada tomaba una nueva dimensión: no hacernada porque no se puede hacer nada. No hay trenes que pasen de largo, ni anocheceres interminables. Sólo música y buenas películas. No hay ansias de fuga, como las que tenía Logan.Me imaginé en el cine hasta la última sesión, nadando apacible entre sensaciones, con soltura, sin preocupaciones, con toda la luz de la pantalla sólo para mí.- Oiga, no quisiera molestarle. ¿Existe alguna manera de salir de aquí? - Puede salir por donde entró- le dije saliendo de mi éxtasis.- Es que la puerta por donde entré ya no está.Era un señor elegantemente vestido.- Mire, ahí hay una salida de emergencia. ¿Es lo suyo una emergencia?El elegante señor fijó la vista en mí como si no supiera de emergencias.- ¿Se puede considerar como emergencia que no me gusta la película?- ¿Qué no le gusta "Brigadoom"?- No me gusta la gente que se pierda en los bosques.- No me parece una razón de emergencia- le dije, pero entonces dudé pues sus ojos se hundieron en lágrimas y me pareció que se iba a ahogar en ellas.- De niño me perdí en un bosque.Desapareció el cine y rodeado de árboles, miré la luna llena que iluminaba parte de un claro donde me encontraba, a mis pies un niño lloraba acurrucado. Miré a mi alrededor y leí un cartel que ponía: "En caso de incendio puede abandonar el bosque ascendiendo por las escaleras. No se olvide del niño, por favor". La noche era tranquila, sólo se escuchaba el ulular del viento sobre las ramas más altas y el sorber de la nariz del niño.- No sabía que hubiera escaleras para abandonar los incendios de un bosque- me dije a mí mismo.- Yo no lo sabía hasta que me perdí- me dijo el niño a la vez que limpiaba sus lágrimas con los puños.- Supongo que tú eres el niño que no tengo que olvidar.- No lo sé- levantó los hombros y volvió a agacharlos con rapidez.Lo que yo no sabía era si podíamos utilizar las escaleras sin incendio alguno. Avanzar por el bosque me parecía de lo más peligroso. Supuse que no molestaríamos a nadie si subiéramos la escalera, es mejor utilizarlas sin que el bosque arda, creo yo. Miré al niño.A primera vista parecián unas escaleras normales, pero como su continuidad se perdía entre
las ramas y la oscuridad de la noche, imponían cierto respeto, pues su altura desde dónde estábamos era desconocida. Me puse de cuclillas frente al niño y le pregunté si quería salir de allí, no dijo ni sí ni no, simplemente me miró con sus enormes ojos, donde me vi reflejado. Esbocé una sonrisa de las mías, tipo mueca y lo tomé de la mano. Nos dirigimos hacia las escaleras.Miré alrededor, el claro eran un círculo casi perfecto, la luna llena se visualizaba en el mismo lugar como si el mundo se hubiera quedado parado. La derecha y la izquierda podían confundirse, allí todo parecía centro.Nada más poner el pie en el primer escalón, un hombre joven surgió de esa nada llena de árboles. Tenía el pelo largo, su piel era de un blanco espectral, llevaba puesta una chaqueta roja y un chaleco con una botonadura de perlas y rubíes.- Soy el guardabosques y defensor de las letras escritas en amarillo. ¿No ha leído usted el cartel? ¿Acaso hay algún tipo de incendio que mis sentidos no perciben?- Buenas, noches mi nombre es Jesús Dios Manza...- ¿Dios?- Sí. Dios, es mi apellido.- Un apellido poco usual- dijo el guardabosques con incredulidad.Antes de retornar a la conversación, pasaron unos segundos que me parecieron más largos de lo normal.-...naro. Este niño está perdido, yo no sé como he llegado hasta aquí, pero ambos queremos salir de este bosque y a mí me ha parecido buena idea utilizar las escaleras, pues si es salida de incendios seguro nos guiará a un buen lugar.- Veo que no te olvidabas del niño, eso esta muy bien, pero ¿dónde está el incendio? - No hay incendio- dije.- Pero entonces tiene usted que olvidar al niño y buscar otra opción de salida.- Yo no quiero olvidar al niño, el niño se viene conmigo.- Sólo puede llevarse al niño en caso de incendio. Si quiere salir del bosque de otra manera tendrá que olvidarse de él.- Los dos queremos salir del bosque.- ¿Los dos? ¿En que momento el niño le ha dicho que quiere salir del bosque?No supe que decir, era verdad, en ningún momento el niño me había dicho que quería salir de allí. Él sólo me dijo que estaba perdido...El paisaje cambio como si hubieran encendido una luz. Se volvieron más porosos y gruesos los colores, como si un pincel impresionista hubiera pasado por allí y hubiera borrado el color negro de las sombras. En ese momento pensé que nunca más podría entornar mis ojos.Yo era otro niño perdido que no se planteaba salir del bosque y lloraba.Me deslumbró el sol de la tarde que incidía sobre el parabrisas. Mis manos agarraban con fuerza el volante. La radio seguía encendida. La apagué y bajé la ventanilla, quería de nuevo escuchar el caos.

Nací un lunes 4 de marzo de 1968 a las ocho de la mañana y no he encontrado otra manera mejor de definirme que estas líneas que Antonio Machado escribe en una carta a Miguel de Unamuno: "En los concursos saltan por encima de mí, aun aquellos que son más jóvenes en el profesorado y no precisamente a causa desu juventud, sino por ser Doctores, Licenciados. ¡Qué sé yo cuántas cosas!... Yo, por lo visto, no soy nada oficialmente". Soy esa nada que en ocasiones escribe.