‘Tenemos que hablar’ de Antonio M. Figueras
Es la frase que nadie quiere oír, porque suele ser la antesala de malas noticias: ruptura amorosa, despido, anuncio de una enfermedad o una desgracia económica. Él era consciente pero no lo evitó. Consideró que no le quedaba otra salida que abordar el asunto.
Hay un antes y un después en este planeta. El 40 de mayo (el tiempo se mide ahora a su manera) marca la frontera entre lo que popularmente se conoce como a. C. y d. C. (antes del coronavirus y después del coronavirus). La mayoría de los supervivientes no sabe que está en la Nueva Era Estelar ni como se denominan los que antes eran años, meses, días, horas, minutos y segundos.
Es en ese instante cuando se supo que el coronavirus era solo la avanzadilla de algo mucho mayor que vendría después. Ese virus mutante y asesino había sido fabricado en los laboratorios de los que se habían convertido en dueños del mundo. Y lo habían usado para diezmar la población y entonces poder establecerse sin demasiada oposición.
Antes de ese 40 de mayo y burlando el toque de queda Antonio había salido de su hogar para encontrarse con Eva. Y en su casa seguían. El confinamiento se había relajado un tanto gracias a la vacuna que trajeron los alienígenas. Pero al caer la noche estaba prohibido salir de los domicilios (o entrar) salvo por motivos de trabajo. Porque ya se habían preocupado ellos de que la producción de las naciones recuperara su nivel e incluso aumentara. Antonio subsistía con la Renta Básica que los nuevos dirigentes habían dispuesto para personas sin trabajo. Con eso y los ingresos de Eva iban tirando. No es que él no hubiera podido seguir trabajando como freelance. No. Es que se había acostumbrado a reuniones clandestinas con personas que preparaban una revuelta contra los marcianos.
- Eva. Ya no te quiero.
Sin preliminares, sin explicaciones. Ella sentía que algo no era como parecía, pero con la que estaba cayendo fuera solo pudo derrumbarse. Y eso es lo que él quería, que nunca supiera que huía a la sierra de Madrid a la asamblea para elegir a los líderes regionales de la lucha contra el invasor. Que en la balanza entre amor y patria él se puso de parte de los que querían salvar el mundo, porque creía que eran incompatibles amor y revolución.
Por alguna razón que todavía no conocían, a los alienígenas no les gustaba ir a localidades a cierta altura sobre el nivel del mar. En la sierra de Madrid, por ejemplo, gobernaban gracias a una administración de terrestres afines. Estos colaboracionistas tardaron poco en huir a las ciudades con menos altura porque la resistencia era muy fuerte en estas zonas.
Casi como en un cónclave papal, los candidatos más populares fueron cayendo. Y la elección de Antonio como el líder de la revuelta en Madrid les pareció a todos los votantes la mejor de las soluciones. Conscientes de que tenían por delante una tarea peligrosa y de larga duración, se dieron un pequeño homenaje en el salón del ayuntamiento donde habían celebrado la reunión. Hubo mucha camaradería y vino. Con dos vasos que tomó Antonio le bastaron para entrar en un estado de sopor. Se despidió y marchó a dormir. Mañana sería otro día.
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- Eva. Tenemos que hablar.
La luz entraba fuerte y dominante a través de las ventanas. Ese día él había dormido en el lado izquierdo. Ella dormía de costado. Él se acercó a ella lo más que pudo. La agarró de la cintura y empezó a besarle el cuello, detrás de la oreja derecha. Ella refunfuñó y él no supo discernir el origen del ruido: quería seguir durmiendo o le gustaban las sensaciones.
- He tenido un sueño alucinante. Fíjate, que tontería, que tenía que dejarte. He estado viendo en internet un hotel en Guadalajara, en unas cuevas, que podemos reservar una habitación con el jacuzzi dentro. Para la próxima semana.

Antonio M. Figueras nace en Madrid en 1965. Es licenciado en Filología Hispánica (todavía sueña con ejercer como profesor de Literatura) y Periodismo (todavía no se explica cómo le dedicó a ese oficio los mejores años de su vida). Como poeta ha publicado Poemas Complutenses (Colección Abraxas, 1989), Nadie pierde siempre (Amargord, 2006) y Ni lugar adonde ir (El Sastre de Apollinaire, 2015). De lo que más se siente orgulloso es de su participación, junto a Miguel Ángel Muñoz Sanjuán y José Casas, en la edición de la antología bilingüe de Cummings, Buffalo Bill ha muerto (Hiperión, 1996). Es director de la colección de narrativa La kermesse heroica. En 2018 publicó su única novela hasta ahora, La coleta de Disney.