'Tengo que comprar fruta sin falta' de Eva Chamorro

03.08.2021

Has salido airosa de todas las edades. Sabes que no va a durar eternamente. Ciclo tras ciclo has muerto. Resucitas y nadie te ha enterrado. Cada reencarnación te catapulta de la tumba hacia muros nuevos. Cada fracaso te escupe hacia la cima de un abismo sorpresa. Atesoras las lágrimas por ti de algunos visionarios que apenas intuyeron de qué iba todo esto. Los rostros que te saludan a veces por la calle no sospechan que ni tú misma recuerdas ya quién eres.

-¡Qué! ¿A dar un paseíto?

Sonríes. Las llagas van por dentro. No eres de procesiones.

-Parece que se ha quedado buena tarde.

Eso no, por favor. No lo soportas. Las buenas tardes no se quedan nunca.

Conjunción de Plutón con luna negra. Matemática exacta. Scarlett te aconseja que lo pienses mañana. Pero tú erre que erre. Otra noche de insomnio. Placebo de tila caliente. Cigarrillo que pide cigarrillo y así hasta el infinito. En la tele, "minutos musicales". Concierto en La menor de Vivaldi. Niegas la mayor. Si al menos hubiese un documental de hormigas... Cuidado con lo que deseas. Ahí las tienes. Te hacen pensar en el despertador de tu móvil, incansable, tenaz, tocándote diana para emprender rutina como ellas. Volverás a escuchar Goodbye moon a las siete cuando suene la alarma. Siempre alerta. And the TV is on. And I always sleep with my guns. Regresas con un clic al chillido sangrante del violinista que se ha venido arriba. Recuerdas el tejado. Lástima que las cuatro de la madrugada no sea buena hora para llamar al seguro. Esa gotera empieza a parecerse a las caras de Bélmez. Y en una mirada imaginaria te topas de repente con la tuya.

-Nunca he montado en globo.

Soñar despierta te quita más el sueño. Reflexión capicúa o casi.

¿Cuál era la pregunta? Ah, sí. Que quién eres. Quieres decir... ahora. Llegados a este punto (en cualquier caso, te das cuenta de que no eres quien piensan quienes no saben cómo eres), se enciende una bombilla en tu cerebro: se te olvidó vaciar la lavadora. Te arrastras como puedes hasta el barreño. Escala en la nevera. Helado de dulce de leche sin azúcares añadidos. Qué de vicios. Pensamiento fugaz. No pides un deseo. Mechero para un piti. Y vuelta al frigorífico que sentencia tu cadena perpetua. Abrir. Cerrar. Vacío. ¿Qué habías ido a hacer a la cocina? De repente te invade un espectro aromático de suavizante. No hacía falta recurrir a la ouija. Si ya sabías tú que algo se te olvidaba. Rompes la partitura empecinada del hombre que no sabe que solo tú le oyes. Chirrían las cuerdas del tendedero en modo Olivier Messiaen. Nota discordante: la colada ha decidido castigarte con un calcetín menos. ¿A dónde va lo común, lo de todos los días? ¿A dónde van esas prendas tan nimias que cálidamente cubrieron tus pies? ¿Acaso nunca vuelven a ser algo? ¿Acaso se van? ¿Y a dónde van? Igual no sería mala idea ponerte a escuchar algo de Silvio. Solía relajarte. Aunque, mejor pensado, seguro que ahora te revuelven los hilos de su poesía. Desechas la ocurrencia y la conviertes en madejas de culpa de lo que ya no haces. Deberías, siempre deberías... Los fantasmas tatuados te miran tenaces desde el techo. Nadie en su sano juicio se injertaría en la piel una gotera de cuarto y mitad de milenio. Tú sí, en el cerebro, junto a la amalgama de todo lo que hay que organizar y que nunca resuelves. Te suena que lo llaman síndrome de Diógenes. Habrá que mirar en Google si también se le da el mismo nombre cuando la acumulación de basura y trastos viejos se aloja en las neuronas.

Cinco de la mañana. Tampoco parece buen momento para mandar un SOS a los amigos que no tienes. Ni idea de cómo ha llegado a tus manos el tarro de Nocilla que te estás engullendo. ¿Y si te compras por Internet un satisfyer? A ver lo que cuestan. ¿Vendrá en un envoltorio discreto? Tampoco es cuestión de que el portero se entere de que no solo te envían paquetes de Zalando. Bueno, ya mirarás mañana. Y vuelves a poner a Dios por testigo. En tu tara al menos no se pasa hambre. A ver si una partida de Candy crush te ayuda a cerrar los ojos un rato. Pero te detienes, de camino, en el foso de aquella página de contactos en la que hace unos cuantos siglos te diste de alta: ciento veinte mensajes de otros tantos desconocidos. Ataque de pánico. No leerás ni uno. Lo que sí puedes hacer es darte una vuelta por la galería de fotos. Algunas imágenes tragicómicas consiguen sacarte una sonrisa.

-Nunca he salido con un hombre que coleccione escarabajos.

El teléfono se te cae de las manos a eso de las seis y Moebius sigue sin desvelar el secreto de su laberinto. Shivaree te abre los ojos (solo a medias) una hora más tarde: What should I do I'm just a little baby. What if the lights go out and maybe... Pero no cuela. Sigues sin saber quién eres. La catana te pilla encima del sofá en decúbito prono. Ni te molestas en esquivarla. Es lo que hay y toca levantarse. Lo bueno de las mañanas es que te roza la piel de la gente en el metro. Lo más cercano a una caricia que recuerdas. Rezas a nadie para no coincidir en el ascensor con vecinos que te hablen del tiempo. Te has maquillado como todos los días para dar la impresión de una felicidad que perdiste ¿Cuándo fue aquello?

Todavía no te imaginas que cuando ese reloj raro que llevas haya contado los primeros doscientos pasos de tu día, una naranja rodará lentamente hasta toparse con tu zapato. La mujer tendida en el suelo al lado de su bolso pensaba comérsela en una pausa del trabajo. La muerte súbita es lo que tiene. Y los bolsos son una caja de sorpresas. Como la existencia. Por supuesto, no serás tú quien llame al 112 porque te dejaste las fuerzas en esas vidas tuyas que han ido conformando la que ahora no tienes. Siempre hubo alguien decidiendo por ti. La ambulancia inútil está de camino. La oyes y consigues moverte. Y vuelves a acumular pasos hacia la nada. 

-Esta tarde sin falta tengo que comprar fruta.

De todos modos, tampoco ibas a poder dormir esta noche.

Eva Chamorro Guillén nace en Madrid en 1965, en los tiempos del baby boom. Es doctora en Filología Francesa, traductora y profesora de idiomas. Su trayectoria profesional y vital ha transcurrido hasta hoy entre España, Francia y Eslovaquia. No concibe la creación literaria sin el influjo de otras disciplinas artísticas a las que es adicta: pintura, fotografía, cine, música, artes decorativas... Sus líneas beben de las fuentes de Man Ray, Warhol, Fellini, Truffaut, Klimt, Chagall... El realismo mágico, el fatalismo de Virginia Wolf, los bucles borgianos, la extravagancia de Amélie Nothomb o la sensualidad de Anaïs Nin se unen en su universo de imágenes para hacer realidad lo que ha sido una necesidad inevitable en ella desde siempre: plasmar la vida en palabras. Viajera y creadora incansable, mantiene el atrevimiento de seguir considerándose una debutante. Sin embargo, ha decidido sacar del cofre del tesoro algunas de sus pertenencias, como buena especialista que es en empezar de cero.