
'Sin título' de Ana Bustamante
Uno de los días más grises vividos, por absurdo que parezca, fue la tarde en la que aburrida en casa me quedé mirando fijamente mis dedos y sólo vi un par de manos vacías. Ni la más débil de mis fantasías lograba dar vida a aquellos dedos que, tiempo atrás, habían deslizado con ligereza y seguridad palabras sobre el teclado del portátil. Sentada en la cocina diseccionaba mentalmente algunas de las historias que ocuparon durante años tantas páginas en blanco. Repasaba obstinadamente aquellos finales que consiguieron pellizcar el alma. ¡Todo parecía tan lejano! Incluso, me preguntaba si realmente había escrito aquellos textos o eran capítulos sacados de libros leídos. Destilaba tristeza sentada en la silla cuando tras la ventana apareció la historia, primero algo borrosa como en los sueños, pero poco a poco todo fue adquiriendo tanta nitidez que me entregué hechizada a la ansiada visión. Como un adelanto apocalíptico la visibilidad se redujo y del cielo negro comenzó a caer indiferente una fina lluvia. Gotas precipitándose al vacío a un ritmo lento, pero constante. De dos en dos rebotaban tímidamente sobre aquel suelo árido y agrietado por el tiempo. Insistentes y desesperadas buscaban resquicios porosos en aquella tierra sin vida para poder infiltrarse. Una joven permanecía quieta impregnándose con el vaho de los sueños, quién sabe si por la tentadora melancolía o por la propia inercia de la sutil locura. Paraguas desfilaban ante sus ojos, el sonido de los limpiaparabrisas se introducía en sus oídos, pisadas que iban dejando un rastro pasajero y ella, aguardando inmóvil. Su mente reproducía a cámara lenta momentos felices tal vez inventados. ¿No son los recuerdos realidades maquilladas? Visiones del pasado que primero fueron huesos y después ausencias. Espectros invisibles, mudos o silenciados. La ambigüedad de muchas verdades a medias. Almas errantes de cuerpos difuminados por el tiempo. Con el pelo alborotado por el temporal, sujetaba con fuerza el cuello de la camisa para evitar que el frío se colara por su garganta. Se puso en marcha encogida de hombros como si el propio gesto le aportara un poco de calor. Viéndola caminar pareciera que la lluvia y el viento la impulsaran hacia delante, como llevada por una fuerza invisible queriendo dominar sus movimientos. Con la mirada confusa se dejaba vencer, como siempre, como una veleta a la deriva. La lluvia atrevida cubre su pecho, las gotas van mojando su cabello. Siente el cuerpo empapado sin dejar de pensar en lo hábil que es la existencia que siempre encuentra la manera de sobrevivir a las tormentas. El aguacero dilata su espera. La oscuridad de la noche retiene las penas. No tiene intención de regresar a casa, a esa estancia que aguarda paciente para prolongar su condena. Vigila ambos lados de la calle. La lluvia repiquetea en los techos de los coches aparcados. El frío congela su barbilla y tiembla de soledad. Frías caricias con besos marchitos ocupan su mente. Sé que debo permanecer al margen, que yo solamente escribo la historia, pero olvido mi papel y me lanzo a su encuentro, le tiendo mi mano tirando de ella con fuerza hasta tenerla a mi lado. La siento en una silla, la observo de reojo con gran disimulo. Examino mis manos, mientras continúo escribiendo en el portátil, sin dejar de preguntarme por qué nos empeñamos en herir a quien queremos. Vuelvo a mirarla pensando que, tal vez, no sentir emociones es estar más cerca de la muerte. Lloramos sin mediar palabra. Abrasan las lágrimas cuando son verdaderas. Las que brotan del alma cuando muere la risa. Arden las mejillas cuando el corazón se lamenta. Miramos juntas por la ventana respirando al unísono el olor a frío y esperanza que desprende abril. Vida desértica en la calle y muchos sentimientos fingidos en nuestras camas. Tal vez titule esta historia: Sentencia de primavera, hallarse perdida por desear otra vida.

Ana Bustamante, nació en Madrid el último día de 1968. Su trayectoria profesional la enfoca en la gestión, liderazgo y desarrollo de equipos, primero en el ámbito sanitario y actualmente en el sector de seguros.
Se define a sí misma como una mujer "anormalmente normal", sensible, llena de deseos e ilusiones.
Ávida lectora, apasionada de la Literatura, escribe desde que recuerda. En la vida y en sus textos, se deja llevar por lo que siente y se "desnuda" en su primera publicación: "El deseo viste de verde" (Izana Editores - 2018).
Duerme poco, prefiere soñar despierta y juega a capturar los instantes para después proyectarlos en sus relatos.
Autores representados por Arrebol Agencia literaria