'Si Anubis te está observando' de David Darriba
El silencio de las agujas lo engulle en los descampados de la periferia. De momento la muerte es permisiva con él, aunque esté presente en cada chute. Humos rizados que llegan de las fábricas colindantes acarician su nariz para hacerlo despertar; sin embargo, continúa en la misma posición besando el suelo del estercolero, rodeado de cristales rotos, filtros de aceite y amapolas tumbadas por el aire. De entre ellas, sobresalen altísimos cardos tan secos como sus venas.
«Sigue mi dedo con la vista. Y ahora…, ¿cuántos tengo ahora? ¿Cuántos dedos ves?», escucha como un eco lejano, mientras una potente luz es dirigida primero a uno de sus ojos y luego al otro. Cree sentir como abofetean sus mejillas, pero no está seguro. Lo cierto es que algo consigue despertarlo por un instante. Duerme, despierta, vuelve a dormir. «Dejadme dormir», piensa, porque es incapaz de articular palabra alguna. Lo mueven hacia algún lugar; abre los ojos que había vuelto a cerrar; los vuelve cerrar… Siente el ruido de un motor; la calidez de un sitio cerrado que huele a medicamentos y alcohol; el pitido perforador de unas sirenas que se desvanecen en sus oídos y el estallido naranja de unos rotativos. «¿Eso es un pinchazo? Respiro».
Despertar en un hospital no es una novedad para él. Ni siquiera parece causarle impresión alguna. Sabe que en una de ésas los celadores no correrán con la camilla por los pasillos: el destino será la gélida cámara y no serán necesarias las prisas. Tampoco parece importarle… Lo acaban de subir a la habitación. Hace mucho calor ahí. La blancura desborda todo su conjunto y le estorba a los ojos. Está solo, pero casi con seguridad que no tardará en tener un compañero de cuarto. No le visita ningún familiar porque no tiene ningún familiar. Bueno, un tío sí. Aunque éste reniega de él porque le achaca la muerte de su hermana. Demasiados años consumiéndose por su hijo para insistir en continuar viva. Es inquietante el taconeo de los zuecos que rondan en la noche. Afortunadamente, el médico no tardará mucho en darle el alta. Un día, dos a lo sumo, como en otras ocasiones.
A la mañana cruza la puerta que le devuelve al exterior. Las calles son de un marrón desgastado que sube hasta el celeste del cielo sin llegar a confundirse. Un viento feroz le obliga a entornar los ojos. Las manos en los bolsillos. Deambula rozando su mirada contra las paredes al ser incapaz de llevarla más allá. Una, dos, tres horas… El tiempo viaja a una velocidad extraña y se sienta a la entrada de un supermercado.
Cuando la noche se le echa encima, un trasudor parte de las manos a los pies. Se apoya en un antiguo y alargado coche gris esperando a que alguien pase por allí. El chico que sale del bar puede servir. Lo sigue. La navaja automática corta la oscuridad y se la pone en el cuello. El chico no se atreve a forcejear y queda tendido en el suelo mientras ve como el hombre sale corriendo con su cartera. Tropieza, cae, se levanta, mira hacia atrás, luego hacia adelante y no para hasta asegurarse que está a salvo.
A salvo… La mirada perdida que
dirige al camello es perturbadora. Ambos observan a su alrededor. Un azul
intermitente y deslumbrante tiñen paredes y horizonte. El camello cabecea como
diciendo: «Más rápido». Sus movimientos denotan nerviosismo. Se intercambian
algo disimuladamente y desaparecen al instante. En esta ocasión elige una nave
industrial abandonada. No tiene otra cosa que el cinturón y estrangula uno de
sus brazos. Se le nubla la mirada. Ya unos rojos comienzan a dar color al
polígono. Un rojo apagado como sus venas.

David Darriba Pérez nace en Madrid el otoño de 1974. En una incesante búsqueda de nuevas formas de expresión, el poeta y narrador dota a sus obras de pinceladas que las aproximen a lienzos o fotogramas.
En la actualidad es colaborador
del diario gallego Pontevedra Viva en donde publica relatos periódicamente. En
el "Homenaje a Miguel Hernández en el centenario de su nacimiento", el poemario
El color del horizonte es premiado y editado en 2010 por el Colectivo Cultural
Giner de los Ríos. Recital y presentación en el Círculo de Artistas de Ronda
(Málaga). En 2012 es seleccionado en el "I premio de poesía visual Juan Carlos
Eguillor", organizado por la Asociación de Escritores de Euskadi, por la obra
Mensaje en la botella. Catálogo y exposición en Vitoria (Casa del Cordón),
Bilbao, San Sebastián, etc. A lo largo de su carrera literaria es publicado en
varias revistas digitales y lee en recitales poéticos de forma habitual,
haciendo también alguna aparición en programas culturales de radio. Asimismo,
es creador de dos bitácoras literarias.