‘Las mujeres que susurran a dios’ de Monir El Idrissi

31.03.2020

Cuando tengo de huésped en mi memoria a las mujeres de mi querido Marruecos, se me parte el alma en mil pedazos... Allá, en las montañas del Rif, donde no llegan ni servicios públicos, ni internet. ¡Donde no llega nada! Sólo el frío y el viento. El tiempo en esas montañas no pasa nunca, parece que se ha congelado desde la Edad de Piedra. La vida es excesivamente dura y muy diferente a la del resto del país. En esas montañas tan altas viven ellas. Mujeres luchadoras y valientes que crían a sus hijos, cuidan de toda la familia, cocinan para todos, hacen las tareas domésticas. Ellas solas limpian, velan por los suyos, lavan la ropa... recogen troncos y ramas de los árboles para la chimenea y para preparar pan en sus hornos tradicionales. Lo hacen cargando todo a sus espaldas. ¡Sí! En sus espaldas encorvadas con las injusticias normalizadas en la historia de cada una. También sobre sus hombros cargan los botijos grandes de agua como el dios Atlas en su castigo cargando el cielo. Dan de comer a los animales, hasta hablan con ellos y les dan órdenes, lo hacen mejor que ese profeta famoso que hablaba con animales salvajes. Cuidan de sus huertos, de sus tierras y sus árboles...cuidan de todo ¡pero nunca de sí mismas! Sólo saben dar y hacer felices a sus hijos, a su gente, a sus animales y a la madre tierra. Dan con alegría y esa alegría es su premio, como diría Jalil Gibran, y siempre lo hacen todo con una sonrisa capaz de cambiar tu percepción de la vida. A esas mujeres no les hace incompletas no ir a la escuela. No les hace incompletas no saber leer ni escribir porque son sabias e inteligentes. Cuando se juntan entre ellas hablan de todo, no se callan ante nada porque ese es el momento de ser libres. Transgreden todas las normas existentes. Con humor y risas matan a todo el ser inmediato y sus reglas creando otro mundo entre ellas donde ejercen su libertad, contando cuentos y experiencias cotidianas o cantando canciones tradicionales que heredaron de sus madres y abuelas. Cantan, ríen a carcajadas, siempre alegres porque no hay forma más revolucionaria y eficaz contra las injusticias que mostrar felicidad al que te hace sufrir. En esas montañas la fe y los burros se heredan como cualquier otro bien. Uno de los momentos más especiales para ellas es su rezo, eso sí, tiene que ser en voz baja, si no sería un pecado, al contrario de los hombres, ellos sí pueden alzar la voz durante el rezo porque la voz de un hombre no excita a nadie, ni su rostro, ni sus manos. Ellos no provocan a nadie según las reglas del juego. Sin embargo, esto de rezar en voz baja es una ventaja para ellas, hace que no se descubra el lenguaje secreto que usan para comunicar con sus dioses. Las mujeres beréberes no se quiebran, en cada una está todo el ser, menos la lengua sagrada... por eso en sus rezos siempre susurran con una voz de reverencia y secreta tradición.

Cuando tengo de huésped en mi memoria a las mujeres de mi querido Marruecos... desearía sentir por un instante lo que ellas sienten.

Monir El Idrissi, nació en Alhucemas en 1978, reside desde 2003 en Madrid. Es graduado en magisterio. Lector apasionado y experto en filosofía, le gusta escribir pequeños textos sobre el tema aunque de momento no tiene nada publicado. Comprometido con situaciones de injusticia social para combatir la impunidad e impulsar los procesos democráticos en todo el mundo. Actualmente trabaja en una pizzería.