'Lascivia' de Ana Bustamante
Llevaba todo el día deseándole. Ansiaba sentir su aliento en la nuca, al menos una sola vez. Reprimí el deseo porque sabía que si lo lograba dejaría de ser una perversa fantasía para convertirse sin más en mi nueva decepción. Prefería morirme de ganas a llenarme de rabia al día siguiente, cuando todo volviera a la normalidad. Por la noche, antes de acostarme, encendí el último cigarro del día y repasé mentalmente cada músculo de su cuerpo. Cogí el libro que había empezado hacía unos días, pero no era capaz de concentrarme. Cada vez que cambiaba de página las hojas desprendían un fuerte olor a sexo. En cada párrafo aparecía el sabor de su boca, un sabor intenso que con gran maestría se interponía en la novela y modificaba la secuencia de la trama. Noté cómo se endurecían mis pezones y volví a masturbarme imaginando sus caricias. Deslizó sus manos entre mis piernas. Bajó mis bragas hasta las rodillas y me besó los muslos suavemente. Exploró mi cuerpo con la lengua y con los dedos. Su respiración caliente me hizo enloquecer. Arqueé la espalda para entregarme por completo a la lascivia del momento. Busqué su pene. Sentí la erección en mi mano. Se colocó encima y me besó. Su lengua sabía a mí y eso me excitó aún más. Fornicamos a un ritmo frenético y cuando estaba a punto de alcanzar el orgasmo desperté sobresaltada de aquella fantasía. Mirándome al espejo coloqué el pelo con las manos y me subí las bragas. Sentí una sed insoportable. Fui a la cocina y bebí directamente del grifo. Necesitaba apagar el fuego que ardía en mi interior y metí la cabeza bajo el chorro de agua fría para refrescarme. Con las gotas de agua deslizándose por el cuello llevé los dedos a la nariz para olerlos y de pronto se insertó en mi cabeza el sentimiento de culpa. Estaba maldita. Obsesionada con el sexo me había dejado llevar de nuevo por la lujuria sin pensar en las consecuencias de mis actos. El reloj marcaba las tres de la madrugada. Sentí miedo de mí misma. El segundero se había transformado en una serpiente que sonreía con descaro enredándose en mi muñeca. Corrí hacia el baño directa a la ducha. Golpeé con las palmas de la mano mi cara. Arañé mis brazos. Permanecí diez minutos sintiendo el agua helada sobre los pezones y el vientre. Tiritando escondí mi cuerpo en una toalla y volví a mirar el reloj. La serpiente seguía dando vueltas en el segundero y me hacía guiños con los ojos, recordándome que el pecado cometido no desaparecía por el desagüe tras una ducha de agua fría. Encendí un cigarro, lo acerqué a mi vagina y soporté el dolor con entereza. El olor a vello púbico quemado tranquilizó mi alma. Me acosté aguantando el sufrimiento que merecía. Por un instante sentí que todo estaba bajo control y me dormí. En sueños, mi subconsciente trajo de nuevo los impulsos reprimidos. Grité de placer cuando llegué al orgasmo. Vi de reojo cómo sonreía satisfecha la serpiente. A la mañana siguiente, como cualquier otro día, acudí a misa de diez. Y ahí estaba él, sin mirarme, sin ser consciente de lo que yo sentía. En aquel altar y con voz profunda comenzó el sermón: "Dada la condición pecadora e imperfecta del ser humano, ya que todos hemos pecado de una u otra manera, todos necesitamos arrepentirnos. Repasemos juntos el Salmo 51...". Oculté la culpa bajo la ropa y recé por todos mis pecados mientras la serpiente se introducía bajo mi falda y comía de la fruta prohibida.

Ana Bustamante, nació en Madrid el último día de 1968. Su trayectoria profesional la enfoca en la gestión, liderazgo y desarrollo de equipos, primero en el ámbito sanitario y actualmente en el sector de seguros.
Se define a sí misma como una mujer "anormalmente normal", sensible, llena de deseos e ilusiones.
Ávida lectora, apasionada de la Literatura, escribe desde que recuerda. En la vida y en sus textos, se deja llevar por lo que siente y se "desnuda" en su primera publicación: "El deseo viste de verde" (Izana Editores - 2018).
Duerme poco, prefiere soñar despierta y juega a capturar los instantes para después proyectarlos en sus relatos.