'La sanción' de Ana Birlanga Bellod
(Ciudad de Mralat, Año 8.317 d. C.)
Begoña, la periodista que siempre va con prisas, me urge para que termine de cobrar su compra mientras me cuenta no sé qué historia acerca de Patricia, su vecina astrónoma, que al parecer ha descubierto una nueva galaxia. Yo no presto mucha atención, no dejo de pensar con quién cenaré esta noche. La L.E.A. (Ley Extraordinaria Anual) es clara: PROHIBIDO CENAR EN SOLEDAD.
En mi puesto no está permitido llevar reloj. La caja del supermercado tras la que me siento vibra cada siete minutos exactos, ya que el establecimiento está situado en una zona donde las ondas cósmicas inciden de pleno. Esto sucede cuando nuestra torre subterránea de comunicaciones envía los códigos que hacen funcionar todo en la ciudad de Mralat. Yo hago una raya cada vez que tiemblan mis pies, así calculo el tiempo aproximado que me queda hasta terminar la jornada. Veinte minutos.
Dentro del súper solo quedan tres o cuatro personas. Son mi última esperanza de conseguir acompañante para la cena. Hace diez minutos vi entrar a Maya, la conductora de tranvías. Tiene una parada justo en la puerta. Cada tarde deja esperando a los pasajeros y entra para hacer la compra. Detrás de ella, también como cada tarde, entra Urce, ese guardia urbano que con su vozarrón persigue a Maya blasfemando en hebreo, advirtiéndole de que no puede dejar ahí tirado el tranvía. Lo curioso es que hoy Urce no ha vuelto a salir, creo que se habrá encontrado con Lui, la cristalera oficial del Ministerio de Transporte, que entró hace ya rato. Es voz populi que hay algo entre ellos. Lui, la pobre, solo se relaciona con los Muertos que trabajan como funcionarios en el ministerio, así que Urce la consuela y llevan meses cenando juntos.
Termino de cobrar a Begoña, que me ha contado también, que cenará con Federico, el barrendero, que está a tope de trabajo desde que tiene que limpiar las miles de cáscaras de banana que llegan catapultadas por la erupción del volcán Jarnacund. El volcán está situado sobre una prehistórica plantación de la isla. Pilar, la modista, le contó que había estado tomando medidas a un jeque del desierto que tenía su jaima a los pies del volcán, a 426 Km de Mralat. La modista había visto con sus propios ojos como las columnas de cáscaras de plátano eran expulsadas por el volcán hasta la estratosfera.
Aprovecho que ahora no hay clientes en la caja y saco de mi bolsillo una estampita. La imagen es de una de las tres Diosas Subterráneas cuya estatuilla se custodia en el principal templo de Mralat. La encontraron hace casi dos siglos, lo recuerdo perfectamente, cuando escavaban para canalizar el Río Azul que pasaba por la ciudad con un pestoso olor a sulfuro. Es mi preferida porque es muy graciosa. No se ha podido precisar su antigüedad. Representa una gata dorada con una bufanda roja sentada sobre sus patas traseras y tiene una peculiaridad: nadie sabe cómo sucede pero mueve continuamente uno de sus brazos arriba y abajo, como saludando a todo el que la venera. Doy un beso a la estampita y rezo todo lo que sé pidiendo que me consiga un comensal para la cena.
Por fin empiezan a salir los últimos clientes. Sale Maya, le pregunto y me dice que está comprometida, cenará con Lucrecia la talabartera, al parecer le ha hecho una fusta de cuero rosa de lo más chula. ¡A saber para quiere Maya una fusta rosa!
Se agotan mis oportunidades, creo que me multarán de nuevo por cenar sola. Esto no me pasaba cuando me tocó ser Ministra de Hacienda en el sorteo gubernamental de puestos de la anterior legislatura, a ver si en la próxima rifa me vuelve a tocar un puestazo donde me pueda escaquear del pago de las sanciones.
Suena la
campana. El guardia urbano y la cristalera se han debido quedar en el
departamento de colchones, lo siento por ellos, yo cierro y me piro, que ya es
tarde.

Ana Birlanga Bellod nace en Madrid en diciembre de 1967. Estudiante perpetua de poesía y literatura, es autora del libro de poemas Miel de asfalto publicado por Huerga & Fierro Editores en 2019. También pueden leerse sus poemas en la antología 54 poetas que corrieron la maratón de Chicago (Ars Poetica 2018) y en Puente de Poesía (Hispano-Chilena Ediciones 2019). Ha colaborado en la revista Aschel Digital y publicado en diversos fanzines poéticos como Arroz Negro. Asidua de la vida literaria madrileña, participa activamente en recitales y eventos de la ciudad.