‘La intrusa’ de María Rodríguez Velasco
No le he cogido el teléfono. Me da vergüenza. Pensará que he perdido la cabeza o que le estoy tomando el pelo.Dadas las circunstancias, no sé qué sería peor.
Creo que debería pedir ayuda, pero no estoy segura de que un especialista pueda ofrecerme una solución. No me importa tanto el diagnóstico, como la fórmula que resuelva mi problema. Acaso, ¿podría recetarme algún antídoto?, ¿existe? Nunca he oído nada parecido. Es ridículo.
Cada minuto que pasa, la situación empeora. Me he escaqueado dos días, dos tardes, dos noches… pero empieza a ser sospechoso. Ya no se me ocurre qué excusa poner. Lo de la migraña ha funcionado hasta ahora, porque no sería la primera vez que tengo un ataque y que eso me impide salir del dormitorio durante cuarenta y ocho horas. Sin embargo, si continúo así, sin contestar las llamadas, ni dar más señales de vida, comenzarán a preocuparse. Vendrán a verme, tocarán el timbre de forma insistente y supondrán que algo grave me sucede.
He imaginado varias hipótesis, como que alguien echó alguna sustancia en mi botella de agua el lunes, justo antes de que acabara el ensayo. También, que forcé demasiado las cuerdas vocales o que es consecuencia de un tumor. Todas resultan absurdas. Ninguna de ellas se sostiene, ya que el cambio se produjo de repente, como en las malas películas de ciencia ficción.
Estábamos con una escena grupal y Lucas nos propuso que probáramos una voz diferente, pues necesitábamos buscar la comicidad, para que el público se relajara después de la tensión acumulada. Al fin y al cabo, era una licencia teatral, aunque a nosotros nos chocara ese giro rocambolesco. Nadie se negó, por supuesto. De hecho, fue divertido. Me recordó a una clase magistral que nos dio Federico Otto hace unos años. Me sorprendió que pudiera manejar a su antojo tesituras tan dispares en un corto espacio de tiempo.
Al llegar mi turno, imité a Marlene Dietrich. Lucas, con la paciencia algo mermada ya por los desvelos y todo el cansancio acumulado en estas semanas, me dijo que no con la cabeza. Sé muy bien que no arriesgué mucho. En ese registro me siento, más o menos, cómoda. Además, estaba pendiente del reloj. A las nueve finalizaba la sesión. De todos modos, volví a intentarlo. Esta vez, experimenté con el extremo opuesto y me salió una voz de pito que provocó una carcajada general. Reconozco que me ruboricé un poco. Me aplaudieron y Lucas insistió en que repitiera el párrafo exactamente igual. Así lo hice, sin ningún esfuerzo. Al parecer, era eso lo que estaba pretendiendo. No debía cambiar nada. Por ello, me grabó en un audio para enviármelo al chat y que pudiera seguir practicando en casa. El motivo principal consistía en no olvidarla, ni modificarla.
Bebí un poco de agua y recogí mis cosas. Al despedirme, sin que yo pudiera dominarla, esa voz –que no era la mía- brotó de mi garganta con una naturalidad casi siniestra. No soy una persona bromista, pero se lo tomaron a risa, claro. No podía sentirme más confundida. Me escabullí y me fui directamente a casa. No me atrevía a abrir la boca. Me di una ducha y cené algo ligero. Dormí desde las diez y media hasta las nueve de la mañana siguiente, sin despertar, ni soñar.
El pánico me poseyó al preparar el desayuno, cuando comencé a tararear una canción por lo bajo. Aquella no era mi voz. ¿Qué estaba pasando? Corrí hacia el espejo del cuarto de baño y, como una demente, me miré sin pestañear. Me insulté sin compasión, haciéndome responsable de un estado que no deseaba. Es cierto que lo había provocado yo, pero se trataba de algo transitorio. Lo he hecho en miles de ocasiones. Al final, me escurrí junto al lavabo, hecha un ovillo en el suelo. Lloré, lloré.
He indagado en Internet sobre remedios caseros, testimonios similares, sucesos extraños, abducciones de extraterrestres, investigaciones sobre la reencarnación, fenómenos paranormales… y no he llegado a ninguna conclusión. Estoy desesperada, eso es lo único que tengo claro.
No voy a perder la esperanza. Este maldito chillido tendrá que desaparecer en algún momento. Me ejercitaré. Bostezaré emitiendo las vocales hasta que me aburra:
"Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa…"
"Eeeeeeeeeeeeeeeeeeeee…"
"Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…"
"Ooooooooooooooooooo…"
"Uuuuuuuuuuuuuuuuuuu…"
Y, si vuelve a llamar, responderé. Ahora, sí.
