'La fuga de Logan' de Antonio M. Figueras
Su primer error fue no llevar bien la cuenta. Así no podrían saber exactamente en qué día se dijeron tal o cual cosa, se enviaron aquella canción, recordaron aquellos versos. Fueron tendiendo puentes. Al principio quizá no eran conscientes de la obra que estaban levantando. Afuera seguía el estado de sitio. A veces llovía, lo suficiente como para llevarse la desesperanza. Y claro, una cosa lleva a la otra. Conversaciones interminables, primero por wsp, luego al teléfono. No podían verse, no podían abrazarse. Y se morían de ganas.
Primero fue el chat. Se deseaban y se lo hicieron saber. Las palabras, desbocadas, se convirtieron en aliadas de la fantasía, de un sueño que esperaban hacer realidad cuando escampara la cuarentena. Y seguían pasando pantallas de un amoroso juego.
Después necesitaron decirse estas cosas de viva voz. Oír cómo el otro estallaba. El cautiverio precipitó la siguiente jugada... "Un videochat de Facebook u otra aplicación nos vendrá bien". Pero no fue suficiente. Él llamó aquella mañana de 7 de abril.
-Eva, no aguanto más. No sé qué es lo que más necesito, un abrazo que se me haga interminable o hacer el amor contigo y no pensar en nada más. Voy a ir a verte. Ya me las ingeniaré.
Ella intentó disuadirle: no te pongas en peligro, te puedes contagiar, si te pillan hay multa, ¿y si te detienen o te pegan una paliza?, yo también quiero verte aunque es mejor esperar. Pero la fiebre (otro tipo de fiebre) le llevaba a buscar soluciones a la distancia.
Su cabeza empezó a centrifugar. Tantos días de aislamiento y la vehemente necesidad de verse con ella estaban haciendo tambalear su siempre bien ponderadas templanza y prudencia. Y diseñó un plan. La noche sería su aliada. Seguro que no había tantos policías en las calles. Y no se le ocurrió mejor estratagema que sacar del armario su disfraz de ninja. Pero un arrebato de sentido común le hizo aparcar la idea (la del disfraz, la otra, la de salir, de ninguna de las maneras).
-Que voy, Eva. Saldré de casa cuando den las Zero, hora zulú y de Cenicienta. Iré un rato a pie y otro rato andando -. No siempre le salían buenos chistes, pensó ella.
Eva no sabía lo que era la hora zulú ni tenía ganas de mirarlo en Google. "Me va a pillar dormida, ya lo estoy viendo". Era uno de sus temores.
Y él recorrió la ciudad, andando y corriendo. Parando constantemente para escudriñar posibles peligros. Logró esquivar las patrullas policiales y a ciudadanos paseando sus perros. Y en menos tiempo del que había calculado ya estaba en los alrededores de casa de Eva. Abrió su mochila para sacar el móvil, donde tenía apuntada la dirección exacta.
A veces suceden esas cosas. Se había olvidado el teléfono. El plan empezaba a fallar. La culpa de su impaciencia. "Más o menos, yo creo que era esta calle, a ver el número". Todo estaba en silencio. Y a oscuras. En otro momento hubiera llamado a todos los telefonillos. Pero ahora le hubiera condenado a una entrevista poco amable con la policía.
Esperaba que Dios o Lucifer se pusieran entonces de su parte. Una pequeña ayuda. Aspiró fuerte el aire de la ciudad. "Solo me faltaba haberme dejado también las llaves", preveía. Estaba valorando realizar el camino de vuelta cuando escuchó un silbido. Y una luz encenderse en una ventana. Y al poco se abrió un portal. Allí estaba ella. Le vinieron todos los nervios del mundo. Miró de nuevo el interior de la mochila. En un primer vistazo no encontró las llaves. También se había olvidado de meter ropa de repuesto. Pero no le iban a hacer mucha falta.

Antonio M. Figueras nace en Madrid en 1965. Es licenciado en Filología Hispánica (todavía sueña con ejercer como profesor de Literatura) y Periodismo (todavía no se explica cómo le dedicó a ese oficio los mejores años de su vida). Como poeta ha publicado Poemas Complutenses (Colección Abraxas, 1989), Nadie pierde siempre (Amargord, 2006) y Ni lugar adonde ir (El Sastre de Apollinaire, 2015). De lo que más se siente orgulloso es de su participación, junto a Miguel Ángel Muñoz Sanjuán y José Casas, en la edición de la antología bilingüe de Cummings, Buffalo Bill ha muerto (Hiperión, 1996). Es director de la colección de narrativa La kermesse heroica. En 2018 publicó su única novela hasta ahora, La coleta de Disney.