'La flauta' de David Darriba

10.08.2021

Munio se desperezó mirando por la ventana de su alcoba: ya existía más movimiento de lo acostumbrado en las calles, lo que no significaba otra cosa sino que había dormido más de lo habitual. Munio sonrió como todas las mañanas aquel doce de marzo de 1293 y, como todas las mañanas, tras vestirse, cogió la flauta travesera (construida por su padre expresamente para él cuando aún era niño) y abandonando el bullicio de las calles principales, fue a tocarla bajo un almendro. Componía la música más bella de la comarca pensando en su amada Oliva. Era el deleite de los curiosos, que la escuchaban a escondidas tras algún árbol para no interrumpir tal maravilla que pretendían mantener secuestrada en sus oídos. El mancebo enamorado (aún no correspondido), no podía dejar de tocar y danzar; tampoco alejar de sus pensamientos los negros rizos de Oliva, con los que soñaba tener algún día entre sus dedos como ahora hacía con aquella flauta.

Así pasaba las horas todas las mañanas. Y ocurrió que una de ellas, un hombre que iba atravesando aquellos caminos, tras escuchar la música se acercó al joven y preguntó:

─Quiso Dios, alegre músico, que me topase con tan delicada melodía por estos andurriales. ¿Es tuya?

─Así es; o más bien diría que mi corazón la compuso.

─¿Qué fluye por éste para crear tal perfección? ¿Es desazón o alegría? Por lo que acabo de escuchar diría que la segunda alternativa es la más certera.

─Oh, mi señor ─respondió Munio─, es una inmensa alegría. Pero tampoco se desvía mucho cuando habla de desazón, pues tal me aflige sobremanera.

─¿Mal de amores?

─No hay amor más que el mío... Apenas me habla más que en alguna fiesta. Precisamente pasados ya tres días, en una de ellas, me mostró semejante sonrisa que se encendió su mirada de tal forma que llevo turbado desde entonces. Pero, ¡ay mi señor!, pierdo toda esperanza cuando desde aquel instante ni siquiera gira la cabeza al tiempo que nos cruzamos.

─Piensa mi querido músico, que acaso esta actitud suya sea la prueba de su amor. Ve con tu flauta, toca lo más hermoso que puedas y dile que lo has compuesto para ella.

El caminante sonrió y diciendo esto reanudó su camino.

Nuestro joven Munio estuvo pensando largo rato en aquellas últimas palabras. El caminante tenía razón. Por la tarde iría a verla para declarar la zozobra que sentía con su presencia o, mejor dicho, ausencia.

Y así lo hizo. Pequeños charcos se formaban entre los adoquines por una breve lluvia. El sol comenzaba a caer tras la casa de Oliva, seguramente, con el propósito de ofrecer unas pinceladas de luminosidad a su rostro. Munio tomó el aire que se agolpó en el pecho y llevó la flauta a sus labios. Comenzó a tocar... Varias personas se asomaron a las ventanas, entre ellas, su amada que no pudo disimular una sonrisa. Siguió tocando. La música chocaba contra las piedras produciendo una acústica perfecta y luego le hizo una señal a Oliva para que bajase. Se señaló con un dedo a sí misma y el músico movió la cabeza afirmativamente. Desapareció. Unos minutos después asomaba tras la 3 puerta. Fue hacia ella y agarrándola de una mano la obligó a correr hacia una calleja solitaria. Pararon. La miró fijamente a los ojos y declaró su amor. No terminó de hablar y ya Oliva besaba a Munio...

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Ruy mostró cansancio al terminar de escribir este cuento. Estaba enfermo y le tembló la mano cuando abandonó la pluma. «La edad no perdona», pensó. Consiguió, eso sí, escribirlo rápido. Al fin y al cabo no dejaba de ser la propia historia de su vida. Y ahora por desgracia disponía de todo el tiempo del mundo. Ruy cogió algo, lo envolvió en un retal de estameña y salió de la casa. Anduvo despacio pues sus piernas le flojeaban desde hacía unos años. Cuando llegó a su destino depositó la flauta encima de una lápida; sin embargo, sonrió. Se dispuso a regresar pero dando unos pasos volvió, cogió la flauta por última vez e interpretó la música que aquella lejana tarde ofreciera a su amada. Era época en la cual los almendros ofrecen su flor al día...

David Darriba Pérez nace en Madrid el otoño de 1974. 

En el "Homenaje a Miguel Hernández en el Centenario de su nacimiento", el poemario El color del horizonte es premiado y editado en 2010 por el "Colectivo Cultural Giner de los Ríos", formando parte de un libro integrado por los poemas de todos los autores galardonados. Recital y presentación en "El Círculo de Artistas" de Ronda (Málaga). 

Seleccionado en el "I premio de poesía visual Juan Carlos Eguillor" en 2012, organizado por la "Asociación de Escritores de Euskadi", por la obra Mensaje en la botella. Catálogo y exposición en Vitoria (Casa del Cordón), Bilbao (Casa de Cultura de Barrainkua) y San Sebastián (Casa del GuardaGuardetxe). Repercusión en importantes medios de comunicación como El País o la ETB entre otros. 

A lo largo de su carrera literaria es publicado en varias revistas digitales y lee en recitales poéticos de forma regular. También es creador de las bitácoras literarias literaturainmersa.blogspot.com y (más recientemente) relampagosdepapel.blogspot.com.