'Instantánea entre cubitos de hielo' de Belén Mateos
Hasta las tres de la mañana la persiana de su bar permanecía abierta para ese despojo corroído de vida y conservado en alcohol, para aquellos huérfanos de un hogar sin sabor, sin olor e insalubre para el resto de la humanidad.
A las cuatro cerraba el baño, siempre comprobando que no había nadie vomitando tanta cerveza, tanta pizza de cebolla con adorno de olivas negras y un plus de ron con Amaretto; una delicia, le decían, que acompañada de hielo era el digestivo necesario hasta las cinco, así se les mezclaba la virginidad de su dulce fruta prohibida con el metro cuadrado de sus cuerpos.
A las seis barría el local, porros, escupitajos, vidrio...
A las siete arrastraba la mopa en busca de su destino, que nunca era el deseado, ni el esperado en la taberna de su memoria.
A las siete y media volteaba el cartel de cerrado, arrastrando su alma hasta un amanecer que le sabía a silencio.
A las ocho y cinco desfallecía en su cama, con un vaso de leche templada y la caricia de su gata maullando el otoño en sus cortinas.
Al amanecer estaba en su primer sueño, ese que restaba sus días entre baldosas frías y zócalos desgarrados de vida.
Son las doce en punto y el despertador de Arturo suena una y otra vez con la melodía de "Déjame". Se remueve entre las sábanas y busca de manera compulsiva el vaso de resaca y la pastilla para no soñar. Reitera la canción de manera más intensa, de una forma plena de secretos, con una letra que hace suya y le invita a dormitar más pausadamente en la instantánea de su penumbra.
Las quince. Agotado en la caída de su subsistencia se levanta de manera calmosa, sus pies buscan las zapatillas que arrastró en la madrugada, la bata sin cinturón, el pantalón manchado de fruición, la camiseta al borde de su cama, el orgullo en el abismo de un suelo frío y sin pañuelos, el vacío de su sonrisa envuelta en su propia lluvia.
Las dieciséis. Mira el calendario y remarca con un círculo en rojo el trece; su cumpleaños, su primer pálpito, su primera respiración, su aliento en un pecho de madre.
Se despereza, restriega sus manos por la comisura de sus ojos y bosteza.
Una ducha de agua del tiempo le estimula el pulso, el café con aroma a fracaso le provoca cierta arcada y es entonces cuando Arturo decide terminar con ese ocio nocturno que está reventando su cabeza.
El espacio-tiempo hasta la apertura del bar se le hace eterno. Mira de manera compulsiva su reloj de pulsera y martillea con sus dedos el mármol ennegrecido de la encimera. El azucarillo diluido en mitad del ibuprofeno se arquea ante esa sinfonía tan insistente. Una bocanada de humo sale de sus labios en forma de anillos concéntricos, se queda ensimismado observando como se van diluyendo, igual que su cerebro.
Decide ir andando hasta ese antro en el que sus días se hacen invisibles. A las 20.00 horas ya tiene una decena de clientes esperando que esa persiana se abra para continuar en ese bucle de borrachera en el que se encuentran, en esa infinita conversación de palabras pringosas, en abrazos tambaleantes y miradas inyectadas en fuego.
Arturo los mira, cabecea, le llega el vértigo de su olor a ginebra -si al menos fuera de un Martin Miller-piensa, pero no lo es, es de orín, de ruina, de destierro.
Gira la llave del candado, con ese impulso cotidiano sube la persiana hasta que escucha el ruido del tope con el techo o quizá sea el de la primera disputa por alcanzar el taburete al lado de los baños y cerca del grifo de cerveza.
Es martes, podría ser cualquier otro día, cualquier semana, mes o estación de cualquier año. Tras el primer saludo se van acomodando, como autómatas, por los rincones del establecimiento, desprovistos de intimidad. Le miran con ansia, con esa devoción hacia quien les va ofrecer el Maná, la salvación de su gaznate, el elixir tóxico para sus órganos cuasi exánimes.
Hoy Arturo no está por la labor de ser el redentor de sus apetitos etílicos.
Retira unas cajas de bourbon, los cascos de lo que el día anterior fueron droga creativa y bajo más botellas de consuelo, envuelta en un paño amarillento, resurge la antigua cafetera, aquella que heredó de su padre.
Exhala su aliento sobre ella, la conecta al enchufe y un aroma adolescente le sabe a cielo.
Ellos, los sonámbulos, esconden su jarra tras una sonrisa y le ofrecen una tarta de nata, chocolate y la promesa de beber solo en los años bisiestos.
Arturo, tras soplar las velas, cierra la persiana.

Mª Belén Mateos Galán nació en Zaragoza. Estudió magisterio por vocación y amor a los niños. Su otra gran pasión es la escritura. Hace cinco años decidió abrir sus reflexiones, poemas y relatos a los demás.
Ha resultado ganadora y finalista en varios certámenes de literatura internacional y nacional. Algunos de sus textos han sido traducidos al francés, colabora en una revista digital, es directora y coordinadora del "Proyecto Enjambre".
Su primer libro "Rubor de tinta, quebrados de verbo", editado por Diversidad Literaria, ya va por su segunda edición.
Además ha participado como co-autora en diversas antologías como: "Relatos en 90 segundos" "Km 0", "Un tiempo breve", "Aletreos", "Érase una vez", "On the road" "Pluma, tinta y papel" "Proyecto Enjambre I" "Porciones del alma" "Cada loco con su tema" "Antología internacional de poesía contemporánea" "Versos en el aire" "Antología 10 Aniversario" La Casa de Zitas", Proyecto Enjambre II" Editorial La Fragua del Trovador, entre otros.
Ha escrito la sinopsis de "Black is Black" del escritor Manuel Menéndez Miranda así como la de "Sacied@d" del escritor David Garcés Zalaya y prologado este último título.
Es miembro de la Asociación Aragonesa de Escritores.
Participa en tertulias literarias, entre ellas la Tertulia poética Transversores, junto a Fran Picón, Mar Blanco, Fernando Sarría, Carolina Millán y Miguel Ángel Yusta. Con los que organiza presentaciones y múltiples actividades literarias.
Actualmente está inmersa en nuevos proyectos literarios propios.
Hoy, sigue pensando que el mundo de las letras es un hermoso universo del que forma una pequeña parte con sus aportaciones.