
'Aliento nocturno' de Ana Bustamante
Son las cuatro de la mañana. Despierto con el pelo mojado, pegado a la nuca, como si llevara una bufanda apretada alrededor del cuello dificultando mi respiración. He tenido de nuevo la misma pesadilla, pero no la recuerdo. Sé que es idéntica porque percibo cada noche sensaciones similares. El olor a humedad contaminando la estancia. La falta de oxígeno. El mismo sudor recorriendo mi espalda. Pisadas en la tarima del pasillo alejándose sin prisa. El corazón bombeando a todo gas. La mente intenta convencerme de que es la misma, que no puedo tener más de un demonio, que sólo es un mal sueño. Siempre cierro la puerta, pero nunca bajo las persianas. Observo a través del visillo la luz del supermercado. Corona el edificio de enfrente con el letrero luminoso hortera de colores amarillo, rojo y verde. Intenta sin éxito competir con la farola de la esquina, incluso se atreve a medirse con la luna. Parpadea cada cuarenta y cinco segundos, jamás falla. Tal vez ha sido programado para colarse por mi ventana. El minutero del despertador penetra en mis oídos y de nuevo transforma su tic-tac en "ca-lla", "ca-lla", "ca-lla"... Y callo porque no me salen las palabras, el miedo entumece mi lengua y hace que la saliva pastosa cierre mi garganta. La humedad envuelve las sábanas. Siento frío, sin embargo, las aparto bruscamente con los pies y veo cómo se deslizan por el borde de la cama hasta llegar al suelo. Miro mis muslos desnudos, resecos y flácidos. La vecina del quinto fornica salvajemente, no puedo evitar la excitación que me produce saber que no estoy sola y que otros tampoco duermen. El minutero avanza sin pausa entre gemido y gemido, repitiendo: "ca-lla". Cuarenta y cinco segundos, amarillo, rojo, verde y oscuridad momentánea. Con los labios pegados a la almohada cierro los ojos. Comienzo a contar infinidad de ovejas para que me ayuden a soñar. No lo consigo. Cuando el insomnio aparece no hay nada que pueda hacer salvo esperar a que amanezca. La vecina abre el grifo de la ducha y se desprende del orgasmo. Recorro con mis dedos la forma de mi cara. Una lágrima se escapa y el despertador activa la alarma. Arrastro los pies cansados. Enciendo la luz de la cocina. Miro el móvil. Noto una presencia invisible que respira sobre mi cuello, la bocanada del aliento nocturno. Asustada cierro los ojos. Nunca en toda mi vida me había sentido tan vulnerable. Grito en silencio y vuelvo a despertar, esta vez en el sofá, con el pelo pegado a la nuca escuchando cómo la vecina intenta lavar todos los pecados de este mundo.

Autores representados por Arrebol Agencia literaria