'Deseos clandestinos' de Ana Bustamante
Los domingos por la tarde veíamos juntos una película. Poco antes de la cena él llenaba la bañera con agua caliente y sales de baño. Cogía mi mano. Sin hablar. Me desnudaba. Sin pronunciar palabra. Desabrochaba el sujetador. Completamente mudo. Deslizaba los tirantes por mis hombros. En silencio. Acariciaba muy despacio los brazos con las yemas de los dedos. Sosegado. Dejaba caer el sostén desde mi pecho al suelo. Con calma. Caída libre, el cuerpo grávido de deseo. Chupaba los pezones igual que un lactante hambriento e introducía suavemente los dedos en mi vagina con maestría. Sigiloso. Sin dejar de mirarme, con sus enormes ojos negros. Callado. Aquel momento era indescriptible. Frenético. Arqueaba la cintura excitada saboreando cada caricia. Él siempre paraba a tiempo para prolongar el gozo y con un gesto de mano me invitaba a meterme en la bañera. Seguro de sí mismo. Se sentaba en el inodoro. Sobreexcitado. Encendía un cigarro. Inhalaba el humo caliente de aquella estancia. Comenzábamos a tocarnos, los dos, por separado. Me masturbaba con los ojos pegados a los suyos. Disfrutaba observándome mientras manoseaba su pene y sonreía, con esa expresión misteriosa que me hacía perder la cabeza. Llegábamos al orgasmo sin hablarnos. Después, me ayudaba a incorporarme y secaba mi cuerpo con delicadeza. En ese momento rompía su mutismo susurrando locas fantasías en mi oído. Le besaba para que callara, pero no dejaba de hablar. Se colocaba de nuevo en el inodoro. Me sentaba encima de sus rodillas, a horcajadas, para que masajeara mis pechos mientras sentía su erección dentro de mí. Él continuaba describiendo sus delirios. Yo fingía que aquello me excitaba. Dejaba la mente en blanco y me entregaba a sus ardientes embestidas. Sus extravagantes sueños no me interesaban lo más mínimo. Eran exclusivamente suyos. Aquellas palabras violaban el estimulante silencio con escenas en las que yo acariciaba el cuerpo de otras mujeres, chicas desconocidas que encontraba en la calle y que él metía en nuestra cama. Se esforzaba en describir con todo lujo de detalles aquellas orgías inventadas. Cuanto más hablaba, más me alejaba de su boca. Me distanciaba de su olor. Me iba apartando lentamente. Levantaba muros invisibles entre su voz y la pasión. Lograba evadirme moviendo las caderas. Un domingo todo cambió. Nunca le confesé que, por extraño que pareciera, cerrar los oídos me llevó a descubrir mis propios estímulos. Algunas veces fantaseaba con un taxista sin cara. Soñaba que conducía desnudo, con unas enormes gafas de sol. Algo bastante ridículo, pero aquella imagen al volante provocaba un enorme hormigueo desde la punta de los dedos de los pies hasta el cuello. El taxista paraba siempre frente a mi casa. Se subía al asiento trasero. Me arrancaba las bragas con sus enormes manos. Situaba su cabeza entre mis piernas. Exhalaba un aire caliente que encendía mis ganas. Susurraba bajito mi nombre. Y unos segundos antes de llegar a los espasmos yo miraba a través de la ventanilla. Levantaba la vista hasta mi terraza y gritaba a todo pulmón: "Te amo".

Ana Bustamante, nació en Madrid el último día de 1968. Su trayectoria profesional la enfoca en la gestión, liderazgo y desarrollo de equipos, primero en el ámbito sanitario y actualmente en el sector de seguros.
Se define a sí misma como una mujer "anormalmente normal", sensible, llena de deseos e ilusiones.
Ávida lectora, apasionada de la Literatura, escribe desde que recuerda. En la vida y en sus textos, se deja llevar por lo que siente y se "desnuda" en su primera publicación: "El deseo viste de verde" (Izana Editores - 2018).
Duerme poco, prefiere soñar despierta y juega a capturar los instantes para después proyectarlos en sus relatos.