'Decir lo siento se queda corto' de Ana Bustamante

07.07.2020

Levantamos castillos de arena en medio de tempestades y somos en ciertos momentos tan estúpidos que creemos firmemente que los cimientos que los sujetan resistirán eternamente.

¿Construimos y asumimos la realidad sobre lo que de verdad deseamos, sea o no cierto?

Tal vez por eso cuando la verdad te condena, la tuya, tu verdad, duele como si te pisaran los pulmones y no pudieras respirar. Él sentía esa sensación en el pecho. Mientras se afeitaba no dejaba de pensar en cómo seríamos si desaparecieran de golpe las emociones. ¿Una hoja que vuela en caída libre hasta el suelo? ¿Una piedra fría y dura en el camino? Sus pensamientos normalmente no iban más allá, pero aquella mañana la idea rondaba en su cabeza haciéndole reflexionar sobre algo que nunca se había planteado. Miró a su perro y le dijo:

- Rufo, ¿crees que lo que sentimos nos hace ser quiénes somos?- Formuló la pregunta sin esperar obviamente una respuesta. Acarició su lomo y el perro ladeó la cabeza como si realmente escuchara a su dueño.

Transcurridos unos minutos contempló el resultado del afeitado en el espejo. Se dirigió con torpeza al recibidor. Cogió la correa de Rufo y salieron juntos a pasear.

Era el último sábado del mes de mayo. Nada más cruzar la puerta del portal, el sol se ocultó bajo una enorme nube gris. Sintió un escalofrío erizándole el vello de los brazos. La mañana parecía complicarse y el día solo había empezado. En cada rincón de la calle sin previo aviso surgía la verdad golpeándole en la cara. Él bajaba la vista hacia el suelo intentando evitarla. Necesitaba liberar emociones atrapadas, pero la verdad a veces es una hija de la gran puta y cuando sale no hay quien la esconda. Cruzar esa barrera era como atravesar el aire. Algunas experiencias del pasado se quedan escondidas dentro de nosotros y van minando nuestro yo sin que seamos conscientes de ello.

Su perro le miraba de vez en cuando. Se paraba para ayudarle a continuar. Sabía que estaba experimentando aquella sensación hartamente conocida, la de la culpa, la decepción, como si la propia ropa de su dueño le juzgase. Rufo quería decirle que debía olvidar, pero los perros no saben hablar, así que se limitó a permanecer a su lado como si fuera un bastón de apoyo. Tiró de él hasta que ambos acabaron exhaustos y regresaron a casa. Al único lugar donde las cosas son reales, donde el agua es transparente, donde el aire huele a ellos, donde siempre hay un rincón en el que poder descansar.

Puso música celta para intentar relajarse y de nuevo la verdad se acomodó a su lado en el sofá y le susurró al oído: «Son las emociones las que dan y quitan color a nuestra existencia. No intentes huir, aprende de ellas». Dio un respingo, miró de reojo y solo se encontró con la mirada de su perro. Una mirada que nunca antes había visto en él. La expresión de los ojos de Rufo parecía tan humana que sintió cierto asombro e instintivamente retiró la vista apartando la disparatada idea de su cabeza.

Se sirvió una copa de vino, o tal vez fueron dos o quizá perdió la cuenta y bebió la botella entera. Escuchó a lo lejos aquella risa añorada colándose entre las cortinas del salón. Vio en el televisor el brillo de sus ojos. Sintió el contacto de su piel. Abrazó su cuerpo con fuerza hasta que le dolieron las manos. Olió su perfume. Saboreó sus besos. Acarició su cabello. Lamió su piel. Le hizo el amor una y otra vez. Cerró los ojos y se rindió al mundo de los sueños sin aceptar de nuevo la ausencia de ella.

Despertó abrazado a Rufo impregnado de verdades maquilladas. Contempló de cerca aquellos ojos color miel que en nada se parecían a los que él deseaba ver. Corroboró que la ficción es un pacto que permite sin licencia alguna desterrar durante un tiempo la realidad, pero ese tiempo es tan corto que te arroja bruscamente al rincón maldito de la soledad sintiendo como se vacían las entrañas.

Amaneció lloviendo. La lluvia azotaba las ventanas. Al salir a la calle percibió sobre él un cielo aún más oscuro, tan negro como una noche fría de invierno. Avanzó por la calle sintiendo las pisadas de cerca, las de la sombra invisible de la traición.

Todo había sucedido de manera tan inesperada que se había producido en él un desajuste emocional incapaz de controlar. Lo más difícil de sobrellevar la mentira no es sentirse engañado, sino descubrir la verdad que esconde. Precisamente era eso lo que le consumía y le mantenía despierto durante prácticamente todas las noches. Había regresado el insomnio y prometía quedarse una larga temporada. No conseguía descansar más de una hora seguida. La verdad se acoplaba en la almohada, se pegaba a las sábanas y le agarraba fuertemente por las muñecas para que no pudiera desprenderse de ella, estrujándole literalmente el alma.

Tiró de Rufo y con la otra mano sujetó el paraguas. El sonido de los neumáticos sobre el asfalto mojado era un ruido que siempre le había resultado relajante. Uno de los olores más especiales de las tormentas de primavera es el olor a tierra mojada, respiró con fuerza para llenarse de esa fragancia. Su perro se resistía a pasear, no le gustaba la lluvia, pero no reparó en él y siguió caminando cabizbajo. Durante el último mes había dedicado todo su tiempo en regresar una y otra vez al pasado. Recuerdos que ahora parecían tan lejanos e irreales. La herida se hacía inmensa haciéndole dudar de si en algún momento lo vivido había sido sincero. Se sentía herido, humillado, decepcionado. No encontraba en su presente nada por lo que luchar.

Ira. Dolor. Tristeza. Ira. Dolor. Tristeza. Y por último vacío y soledad. Esas eran las fases por las que iba pasando. Una espiral de emociones que le llevaba siempre al mismo principio e idéntico final.

Nunca hicieron juramentos ni pactos. Crearon entre ambos una unión que se alimentada de confianza, lealtad y respeto. Habían decidido de mutuo acuerdo ser en cada momento sinceros. Una relación envidiable que combinaba a la perfección la amistad con el amor creyendo que todo sería para siempre, pero se equivocaron.

Ella nunca pensó que sus actos traerían consecuencias. Había racionalizado tanto su comportamiento que se autoconvenció de que lo que hacía no era malo ni tan siquiera reprochable. Tal vez sin pretenderlo se enamoró de otro hombre, probablemente buscó su propia felicidad y sin más, le abandonó. ¿Quién puede culpar a otra persona por tomar sus propias decisiones?

Una tarde, al volver del trabajo, la verdad le escupió en la frente y tan solo pudo escuchar el eco insoportable de las perchas vacías en los armarios. Se sentó en la cama y permaneció horas mirando el vestidor, sin poder ni tan siquiera llorar. Las paredes del dormitorio se tornaron grises de ausencia y el silencio se instaló en cada espacio compartido. Ella había eliminado cualquier huella de su existencia en aquella casa, solo la presencia de Rufo le permitía constatar que no estaba loco y que había existido.

Pasaron los meses y el perro se dedicó sin que él se diera cuenta a borrar cualquier rastro que le recordara a ella. Contaminó el silencio con ladridos sonoros cuya una intención era sacarle del letargo y obligarle a reaccionar.

Un día a lo lejos apareció la verdad con el pelo teñido de rubio y los labios pintados de rojo. Andaba con la cabeza muy alta sin dejar de mirarle a los ojos. Él tampoco evitó su mirada y se enfrentó al dolor más grande que podía imaginar. Ver su sonrisa en aquellos labios que tanto había besado y descubrir que ya no recordaba a qué sabía su boca ni el sonido de su risa.

Cruzó la calle y levantó la mano para saludarle. El perro se soltó de la correa y comenzó a correr en dirección contraria.

Él permaneció quieto. Rufo se perdía a lo lejos. La mujer de su vida se aproximaba. Cuando el corazón estaba a punto de estallarle, la miró y llorando por primera vez después de tanto tiempo, salió corriendo detrás de la única y verdadera realidad: su fiel amigo. 

Ana Bustamante, nació en Madrid el último día de 1968. Su trayectoria profesional la enfoca en la gestión, liderazgo y desarrollo de equipos, primero en el ámbito sanitario y actualmente en el sector de seguros.

Se define a sí misma como una mujer "anormalmente normal", sensible, llena de deseos e ilusiones.

Ávida lectora, apasionada de la Literatura, escribe desde que recuerda. En la vida y en sus textos, se deja llevar por lo que siente y se "desnuda" en su primera publicación: "El deseo viste de verde" (Izana Editores - 2018).

Duerme poco, prefiere soñar despierta y juega a capturar los instantes para después proyectarlos en sus relatos.

Autores representados por Arrebol Agencia literaria