'Claveles rotos (fragmento)' de Antonio Mata Huete
La Pena negra era una paralela, eibarresa, del calibre 12. En sus buenos tiempos de gloria, por no decir lo indecible, allá por históricas y pretéritas épocas republicanas, fue la reina de la comarca. Nadie tuvo nunca por aquellos andurriales escopeta tan bien plantá. De haber tenido la facultad de poder narrar sus historias, sus furtivos lances con brigadistas, falangistas o maquis, hubieran dado para unos cuantos episodios de la aún no olvidada, trágica y todavía reciente historia. De ahí, según los más viejos del lugar, le venía su nombre, de las penas que dejó desparramadas por las almas. Cuando el Nino la heredó de mi abuelo, aún conservaba su negro pavón y sus finos grabados de aguerridos lances de caza, ahora apenas visibles por el desgaste de las nieblas del pasado. Nadie, de los muchos que la conocieron, la vio nunca fallar un peludo caramono ni una sola rabona. Patirrojas también se bajó unas cuantas, aunque... eso era otra historia, porque tirarles, lo que se dice tirarles a las claras, estaba poco menos que vedado per saecula saecolorum. Los único con derechos adquiridos, por la gracia de Dios, para cazarlas como les diese la gana, eran don Fulgencio, el Mutilao, y sus retoños, amos y caciques absolutos del monte y de todo lo que en él se cocía, se guisaba o se asaba, y, si te pillaban tirándole a alguna, aunque fuese una pedrada, se te podían caer los palos del sombrajo y encomendarte a la Rita, la santa abogada de los imposibles.
Para San Ambrosio ya me habían apretao las calenturas. Las güeras de la Inmaculada me tuvieron hasta muy tarde subiendo y bajando por los cerros rebuscando sarmientos para homenajear a la Virgen, costumbre y tradición desde ancestrales tiempos, y me agarré una friolera. La noche de la novena se montaba un buen jolgorio. Mientras el párroco salmodiaba a la Purísima, los zagales robábamos gavillas de las sarmenteras para liar una buena chasca en homenaje a la patrona. Los tenderetes de torraos y titos fritos, instalados en el prao, hacían su agosto en diciembre vendiendo el puñao a real y medio. También vendían las bellotas, dulces y amargas, que a ninguna se hacía ascos, para tostarlas en las brasas; tenían un buen bocao. Los bailoteos de corro, las jotillas picaronas y el galanteo se prolongaban hasta la amanecida a pesar de la gélida pelona que se pegaba a la riñonera, aliviada, por las mozas más desvergonzadas, con la calluda mano de los casi imberbes mozuelos que les sobaban las nalgas, ocultas bajo la toquilla, e intentaban el acceso a rincones más prohibidos y más calientes. Más de una se escabullía por la negra espesura de la noche, buscando el amago de una tupida cambronera y el mullido albardín como jergón, para aflojarse refajos, levantarse sayas y que alguno la restregase y calmase sus recientes y reprimidos ardores de mocedad. Eso sí, con el riesgo de ser descubiertos por la sigilosa muchachería, que espiaba en sagaces y silenciosas razias, y recibir un petardazo que colgase calzones y culeros en las ramas del espinoso camastro.
Su niña chica no levantaba
el ala, cavilaba mi padre. Desde que me devolvió el Resti a la majada, al otro día de la Virgen, ya no era capaz de
tenerme en pie y me quedé postrada en el camastro sin levantar cabeza. Cinco
días de tiritonas, con los labios cuarteados, presagiaban lo peor. Y, lo más cruel,
sin nada que llevarme a la boca salvo la poca leche que el Nino les rapiñaba a
las cabras. Me preparó tisanas con tomillo, salvia, gordolobo, malvavisco y
corteza de sauce, pero apenas aliviaron mi fría sudaera. Se pasó las horas muertas en mi cabecera refrescando mi
frente y susurrando las palabras mas inextricables que le acudían a la mollera.
Al sexto no lo dudó. Escarbó entre la techumbre, rescató a la Pena negra, escondida desde antaño, y el
par de cartuchos oxidados que le quedaban. De amanecida se echó al monte. Tenía
que conseguir a toda costa algún sustento jugoso que paliase la pena de su Jarilla. Y esa fue la última decisión,
buena o mala, pero suya, que tomo en su vida. Cuando estaba a punto de
conseguir carne fresca con la que impedir que me muriera de hambre, además de
las fiebres, una bala, bien dirigida, le tronchó en dos el alma y lo dejó seco...
Nunca podré olvidarlo. Esa fue la primera tragedia de mi vida. Las otras, el
hambre y la miseria, no eran una tragedia, era lo habitual en miles de familias
en aquellos tiempos. Pero hubo más...

Antonio Mata Huete, Villacañas (Toledo). Poeta, escritor y periodista.
Bibliografía
- Poemario, Ecos del desasosiego, publicado por Los libros del Mississippi, Madrid, Colección Poesía. Mayo de 2020.
- Poemario, Las palabras imposibles, publicada por Izana ediciones, Madrid, Colección Poesía Izana. Enero de 2018.
- Novela, Baccanale. Las otras caras del miedo, publicada por Izana ediciones, Madrid, Colección Narrativa Izana. Diciembre de 2015.
- Novela, Aires de gloria, publicada por Ediciones Alfar SA, Sevilla, Biblioteca de autores contemporáneos, serie narrativa nº31. Septiembre de 2011.
- Poemario Tierra seca, sobre temas manchegos, editado por la Peña La Chamberga, de Villacañas, y el Ilmo. Ayuntamiento de Villacañas (Toledo).
- Libro Villacañas en fotografías. Investigación histórico fotográfica, con tratamiento de imagen, editado por el Ilmo. Ayuntamiento de Villacañas (Toledo).
Premios
- Medalla de oro con distintivo rojo al mérito profesional del Consejo General de Relaciones Industriales y Ciencias del Trabajo. Oviedo 2016.
- Reconocido con el Premio Periodístico 2010 a la labor periodística de la RFEC por la amplia trayectoria profesional y literaria de promoción del mundo rural, la naturaleza y sus valores, con artículos y relatos literarios en publicaciones especializadas.
- Ganador del V Certamen Literario Sancho Panza, con el relato Las tribulaciones de Nacianceno, por -en palabras del jurado− «El magnífico empleo del lenguaje popular, su recuperación, así como de la 'filosofía parda' del famoso Escudero, según se reflejaba en las bases del Certamen». Septiembre de 2007.
- Ganador del I Certamen de Relatos TORCAZ Naturaleza, con el relato La pena negra. Noviembre de 2008.