'Barra libre' de Eva Chamorro

15.05.2022

Es viernes y el cuerpo lo sabe. La fiesta no ha hecho más que empezar. Me guardo como puedo la tarjeta no VIP en la cartera. Entro a empujones y me precipito hacia la barra. Yo en mi línea. Regla número uno: los últimos no suelen ser nunca los primeros. Así que lucho como experto soldado por hacerme un hueco en este antro. Fracaso en el intento. Plan B: Sun Tzu. "El arte de la guerra". Procuro ser sutil, jugar con mi apariencia cotidiana, invisible. Me deslizo entre brazos y piernas, ojos que me observan o me ignoran, vientres y escotes que me esquivan. Demasiado cubista el campo de batalla. Poco zen. Más cercano al Guernica. Me rindo. No consigo colocarme de manera estratégica. Imposible emprender la retirada.

El calor es salvaje, insoportable, absurdo. Mi estrés de serie modelo de alta gama no ayuda. Asomo la nariz entre cabezas con la firma de anónimo. Soy un pez rojo en medio de esta maldita línea azul sin horizonte llena de agua salada en las axilas. Y me muero de sed, me falta el aire. El suelo tiembla de repente a ritmo Motomami. "Hit a lo tsunami". Me uno al baile, brazo en alto, glorioso. Mis pies pierden contacto con el suelo. Danzad, danzad, malditos. Y yo, cómo no, bailo lo que me echen.

No logro respirar. Me asfixio. Empiezo a sospechar que hay algo en esta falta de oxígeno que me está envenenando. ¿Gas nervioso? Entro en pánico. El hedor me resulta insoportable. Me desplazo a trompicones aprovechando la salida de un armario ropero y me adentro, divina providencia, en sierpes de champú de coco cuando me roza el pelo de la chica que tengo justo al lado. Su dedo experto va deslizando uno a uno los contactos de Tinder que descarta. Podría susurrarle algún "match" al oído: agárrate a mi brazo, salgamos de aquí juntos. Pero creo que va un poco cargada, mi princesa. No voy a aprovecharme.

Sigo visualizando la barra. Asumo que tendré que esperar a que esto se vacíe un poco para alcanzar mi codiciado objetivo. Envidio la lata de cerveza chorreando por la barbilla del menda sentado con la gorra al revés o no sé si al derecho. Un tipo al que he visto justo antes de salir del trabajo me saluda a lo lejos. Menuda coincidencia. Admiro su equilibrio. No sé cómo se llama ni me importa.

El DJ ha cambiado de tema. "Estoy enamorado de cuatro babys / siempre me dan lo que quiero / chingan cuando yo les digo / ninguna me pone pero". Unas niñas se ríen de manera excesiva. Rondan los quince años pero sus ombligos al aire juegan a haber pasado ya de los dieciocho. Un furtivo les ha echado el ojo que ellas neutralizan con su eyeliner punzante a lo Kardashian. El mensaje es directo: No lo flipes. Yo me digo que voy a vomitar con la letra machista de Maluma y con las babas del mirón casposo.

Algo ocurre. Me tiemblan las paredes en los dedos. Hay un montón de gente que se marcha. Se agolpan en la puerta. Se escapan de estampida. Me asusto. Me pregunto si tengo que seguirles. Escucho a mi intuición porque no veo claras señales del destino. No puedo irme. Algo me dice que aún no es el momento. Me aparto del tumulto y defiendo mi espacio. Sigo allí. Sigo vivo.

La música no cesa. Turno de C. Tangana. "Antes de morirme, mátame". Una cadena gruesa de oro oscila de arriba abajo alrededor del cuello de un cuerpo redondo y chandalero. Me mira raro. "Antes de morir quiero el cielo / el ciento por ciento, por cierto". De espaldas, una línea de clones de distinta estatura. Corte de pelo a lo viceverso. Pantalón tobillero muy "skinny". Competición de zapas muy de marca. Todo muy muy. "Antes de morirme, otra piel / antes de morirme, volver a nacer".

La vida para en seco a veces con un frenazo inesperado. Alguien me empuja. Me temo lo peor. Ya no hago pie. Me caigo. Ridículamente tirado en el suelo puedo verle las bragas a una señora que intenta levantarme. Me agarro a un manojo de puerros que asoma de una bolsa del Aldi. Un hombre con mono de albañil me pregunta que si me encuentro bien. Tengo sangre en las manos. Yo le digo que sí, que no se preocupe. Y me dejan, por fin, acercarme a la barra. Libre. Toda mía. Venga, solo una y me voy para casa.

Pero no. No van así las cosas. Un chirrido infernal precede al demiurgo del subsuelo que sentencia sin derecho a réplica:

-Por causas ajenas a Metro nos encontraremos detenidos en la estación durante un tiempo estimado entre quince y treinta minutos. Disculpen las molestias.

Eva Chamorro Guillén nace en Madrid en 1965, en los tiempos del baby boom. Es doctora en Filología Francesa, traductora y profesora de idiomas. Su trayectoria profesional y vital ha transcurrido hasta hoy entre España, Francia y Eslovaquia. No concibe la creación literaria sin el influjo de otras disciplinas artísticas a las que es adicta: pintura, fotografía, cine, música, artes decorativas... Sus líneas beben de las fuentes de Man Ray, Warhol, Fellini, Truffaut, Klimt, Chagall... El realismo mágico, el fatalismo de Virginia Wolf, los bucles borgianos, la extravagancia de Amélie Nothomb o la sensualidad de Anaïs Nin se unen en su universo de imágenes para hacer realidad lo que ha sido una necesidad inevitable en ella desde siempre: plasmar la vida en palabras. Viajera y creadora incansable, mantiene el atrevimiento de seguir considerándose una debutante. Sin embargo, ha decidido sacar del cofre del tesoro algunas de sus pertenencias, como buena especialista que es en empezar de cero.