‘¿Qué queda del «espíritu libre»?’ de Mariwan Shall

22.09.2020

Quiero, en este escrito, reflexionar sobre los movimientos que se vienen produciendo en los últimos años, protestas de carácter multitudinario y global, en las cuales estamos todos incluidos. No deseo hablar de la participación y colaboración humana para un cambio, sea este cual sea. Quisiera incidir más bien en la siguiente cuestión: incluirse en estos movimientos y buscar, con inocencia, la utopía de un paraíso en la tierra, de alguna manera anula al individuo y su lucha por el Espíritu Libre. En este mundo tan inhumano, en el cual el intelecto ha eclipsado el amor y ha demonizado el instinto y el niño natural que vive en nosotros, resulta muy complicado dar vida al Espíritu Libre. No hay ninguna voluntad para interiorizarlo, pues todas las miradas se dirigen hacia el exterior. Hace falta mucho valor para renunciar a la moda actual y a su lenguaje general.

Sin embargo, ha habido muchos intentos para crear el Espíritu Libre en otras épocas. Por razones de espacio, intentaré ilustrarlo con brevedad mediante tres ejemplos: Kierkegaard, Nietzsche y Albert Camus.

1. Kierkegaard: sin hablar del Espíritu Libre, habla de El Caballero de la Fe y establece una comparación con los héroes trágicos. Los héroes no abandonan la ética, y llegan a alcanzar la grandeza gracias a sus virtudes morales. Concluyen su acto con rapidez, su combate es breve y, cuando regresan, encuentran su seguridad en lo general. Pero el Caballero de la Fe no duerme nunca, duda constantemente. Es posible que sus angustias le hagan retroceder y volver a lo general. El caballero solo puede recurrir a sí mismo, a su dolor. Esa es su certeza. Se considera un testigo, nunca un maestro. No necesita sentir admiración por los demás. Y sabe que lo verdaderamente grande es igualmente accesible a todos. Renuncia a lo general para instalarse en lo particular. Reconoce la imposibilidad y, al mismo tiempo, cree en el absurdo. «Un hombre que duda es mil veces preferible a esos miserables golosineros que quieren probarlo todo y que pretenden encontrar remedio a la duda sin haberla conocido».

2. Nietzsche: Veía el Espíritu Libre despertándose en su alma como una voluntad, un deseo de ir hacia delante, donde sea y a cualquier precio. «Antes morir que vivir aquí, en casa...Un relámpago de desprecio hacia lo que consideraba su deber... un odio hacia el amor». Este cambio requiere aislamiento, enfermedad, lentitud y ventura, sin afirmar ni negar, sin estar encadenado al amor o al odio. «Y después de este largo viaje al Espíritu Libre, se acerca a la vida casi sin ganas y sin confianza... Y trata de ver lo que son las cosas cuando se ponen al revés». Cada vez está más lejos: «La soledad lo retiene en su círculo y en sus anillos, cada vez más amenazadora. Es asfixiante y opresora. Tiene que llegar a ser dueño de sí mismo y de sus virtudes». Camino largo, pues esta misión consiste en arreglar el futuro. Toda la expresión nietzscheana lleva su carga de profecía, como observamos en Zaratustra, pero creo que el Espíritu Libre que nos dibuja Nietzsche es él mismo y, de alguna manera, lo hizo creíble en su persona.

3. Albert Camus: El último intento que examinaré es El hombre rebelde. «Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento (...) El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra algo) da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es». Albert Camus apuesta por el valor humano y la verdad frente a la metafísica, la divinidad y la moral. El rebelde no afirma la idea de una frontera, se encuentra siempre en el límite: «Si se pudiera decir una sola vez: "Esto está claro", todo se salvaría». El espíritu libre es un testigo honesto, con la ausencia de ideología, lejos de mecanismos intelectuales: entregar el cuerpo, emociones, espíritu, para ser más amoroso. El espíritu libre busca la claridad y salir del misterio.

Yo no he conocido el Espíritu Libre: se quedó dentro de los libros. Pero, hoy, ¿cómo sería ese Espíritu Libre? Veo a todos iguales, nos admiramos unos a otros, anhelamos las mismas cosas, vamos por la misma dirección, y si nos gusta una idea que no está de moda entre los cultos, la ignoramos y la ocultamos. Y si no estamos de acuerdo con la protesta que aúna a millones, no importa, nos incluimos en ella. ¿Dónde queda lo que decían los antiguos maestros? Nos estamos deshaciendo en la multitud, lo cual hace al individuo completamente irresponsable, a la vez que se aleja de sus conclusiones propias, es decir, de sus singularidades, para volver a lo general. Dice San Pablo que «solo uno alcanza la meta». Eso significa que cada uno puede y debe ser este uno, pero donde hay una multitud es seguro que allí nadie está trabajando, viviendo, esforzándose por la más alta meta, sino solamente por alcanzar la más alta meta terrenal.

Pero en la vida todos creemos que donde está la multitud, allí está la verdad, pero la visión más correcta es que donde está la multitud, allí está la mentira.


Me gustan todos los tipos de escritura, sea por divertimento o por catarsis, incluso por virtuosismo estético, pero lo que me gusta de verdad es una escritura que despierte la conciencia y haga ruido en la sociedad, viviéndolo en mi propia persona. Y eso requiere tener el sentido trágico de la vida, no como fatalismo o sentido pesimista, sino como consideración eficaz de la libertad con la ética y la virtud. Eso significa que nos protege y nos permite no contagiarnos de la multitud consiguiendo no deshacernos en ninguna corriente de moda.