¡No! de Ana Bustamante

29.05.2022

Dije no. Lo dije muchas veces. Grité no. Reproduzco la escena una y otra vez. Pienso y lloro. Le empujé con mis manos. Llevábamos juntos ocho meses. No sé si éramos novios, pero teníamos una relación y nos veíamos con bastante frecuencia. Recuerdo que tardó más de dos semanas en darme el primer beso. Era tímido y reservado, pero muy cariñoso y atento. Lo que más me gustaba de él era la forma en la que me miraba. Eso y su voz, dulce y varonil. La primera vez que hicimos el amor, los minutos previos, sentí mucha ansiedad. Temor a que me doliera. Vergüenza de mostrar mi cuerpo desnudo y de no estar a la altura. Sin embargo, su voz susurrándome al oído, sus caricias y su delicadeza, hicieron de aquel momento algo maravilloso. Se agolpan en mi mente los recuerdos. Le pedí que parara. Supliqué. Me quemaban las lágrimas. La impotencia. La decepción. Le escupí en la cara. Mordí sus labios. Arañé su cuello, pero no se detuvo. Después de varios intentos para controlar la situación, desistí, el miedo me paralizó y comprendí que era más fuerte que yo y que aquella batalla estaba perdida. Tal vez debería haber gritado más fuerte. Quizás no me escuchó. A lo mejor debería haber sido más tajante. Mi amiga Lola dice que exagero. Está convencida de que estoy confundida. Asegura que estoy sacando conclusiones precipitadas. Que soy demasiado susceptible. Que me comporto como una mojigata. Insiste en que no tengo derecho a denunciar. Que es mi novio. Que seguramente mi comportamiento le confundió. Que sin darme cuenta le provoqué. Que estaría excitado y no pudo parar. Vacilo. Recapacito. Puede que tenga razón, yo le besé, dejé que metiera sus manos por debajo de mi falda. Dejé que me acariciara... Aunque diga lo que diga Lola, recuerdo con bastante claridad que le miré aterrada y dije una y otra vez no, no, no. Sucedió y no fue consentido. Era mi pareja. Sí. Habíamos tenido relaciones sexuales con anterioridad. Claro que sí. Pero aquella noche yo no quería. Desabrochó mi blusa. Sus labios buscaron mis pezones y dejé que los chupara. Me pellizcó las nalgas y no dije nada, pero cuando sentí su dureza dije no. Tapó mi boca con fuerza. Me hizo daño. Se bajó los pantalones. Arrancó mis bragas y... me violó. Me da igual si no me oyó. Me violó. Me importa poco si permití que me acariciara. Me violó. Si estaba excitado no le daba derecho a hacer lo hizo. Me violó. Pero yo no denuncié. Tomé la postura más fácil . Dejé de verle. Dejé de salir a la calle. Permití que la rabia me consumiera. Han pasado dos años y continúo despertándome por las noches empapada en sudor y con un terror paralizante que recorre mi columna y llega hasta la nuca. Lloro, lo hago porque es el único consuelo que encuentro. Estoy rota. Desde entonces no he vuelto a ser la misma. El odio me mata por dentro, pero era, soy y seré una cobarde y no hice nada. El silencio surca mi piel cada atardecer. Los ojos se quedan fijos en un punto indefinido de la pared. Respiro profundo y pausadamente entregándome a la oquedad de la mente. Cada espacio mudo de mi casa pretende conquistar mi corazón, pero yo prefiero consumirme en el recuerdo y mantener vivo el vínculo con esa inexistencia llena de recuerdos. Atrapar la ausencia de mi propio ser. Colarme por el abismo de la insignificancia. Ocupar la soledad con mutismo ante la expectación de convertirme en parte de mi propio olvido. Ensalzar la soledad para borrar heridas. Atribuirme el triunfo de saturar mi casa con el mutismo del aislamiento y la incomunicación, presa del pasado. Hueco. Un agujero negro que se expande y rebota de esquina a esquina sorteando con dificultad mi propio destino. Siento la ira que agita mi pecho. Siento de nuevo su pene invadiendo mi intimidad. Me violó. Me duele haber permitido que lo hiciera y sobre todo duele mi silencio. Mi cobardía. Porque sé que yo no quería y dije: ¡NO!

Se define a sí misma como una mujer anormalmente normal. Escribe desde que recuerda.
Opina que en Literatura hay tres palabras que han sido, son y serán mágicas y que abren el inicio de muchos cuentos: "Érase una vez...". Escucharlas despierta la imaginación y abren las puertas a diferentes mundos donde todo es posible.
Escribió su primer libro de relatos El deseo viste de verde, publicado en 2018, durante los trayectos de tren de camino a au trabajo.
Posee un claro sello de identidad inconfundible en su narrativa que es la constante presencia de los sentidos y su capacidad de explorar el mundo a través de las emociones. 
En enero de 2022 ha publicado su libro de relatos Desnudarse del revés en la Editorial Cuarto Centenario.